Basura celeste: Volver con suerte a Eça de Queiroz

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Por Ricardo Solís
Hace más de treinta años, conseguir un libro no era cosa sencilla, ni siquiera acceder a una biblioteca pública (porque no existía internet, ni como idea) en terregales inhóspitos y poco poblados, un detalle que tuvo entre sus variadas consecuencias el hecho de que las primeras novelas que cayeron en mis manos –después de ciertos clásicos infantiles y juveniles– fueran de autores del siglo XIX, en ediciones tan baratas que parecían presumir de ello.

Así, estadunidenses, europeos o latinoamericanos, las autores que acompañaron parte de mi adolescencia y juventud iban desde Fernández de Lizardi o Payno hasta Dickens o Galdós, todo cabía en la mágica licuadora de la disposición ignara, siempre que el libro estuviera disponible; a muchos de estos escritores he regresado a lo largo de los años, pero a muy pocos con el entusiasmo renovado que me produce José María Eça de Queiroz (1845‑1900), un portugués que fue definido por Borges como “un aristócrata pobre” pero que, no obstante ese detalle de precisión, logró viajar mucho por el mundo gracias a un empleo consular y residió por años en Francia.




Ahora, aunque era conocido en su país, al morir era prácticamente ignorado en otras naciones de Europa, pero hoy no hay duda de que fue un enorme novelista para su época, un autor que no dudó en colocarse a sí mismo el mote de “discípulo de Flaubert” (porque bien sabía a qué árbol estilístico arrimarse) y del cual, en fecha reciente, tuve oportunidad de releer La reliquia (1887), una de sus más difundidas historias pero no la más conocida en México porque, sabemos, El crimen del Padre Amaro (1875) fue adaptada al cine hace unos años por Carlos Carrera.

En este sentido, después de 25 años, La reliquia me ha vuelto a sorprender, porque si bien recordaba la historia y la muy decimonónica elongación de sus descripciones y diálogos, Eça de Queiroz no luce tan lejano en cuanto a su manejo de la ironía y la extremosa conducta de sus personajes –en este caso, Teodorico Raposo– que asumen sin pudor un grado de ridiculez que linda con la farsa (quizá por esto último es que Valle Inclán le tradujo e hizo por acercar su trabajo a lectores en español).




Y el ritmo es lento, pero no como para estropear la manera en que Raposo queda huérfano y luego al cuidado de una tía beata pero muy rica a la que busca agradar a pesar de su incontrolable propensión a seducir mujeres; de esta forma –con dosificado e intenso humor–, acaba con sus pasos en Alejandría y Jerusalén en busca de una reliquia que gane para él un sitio en el testamento de la millonaria, aunque todo termina en un funesto giro del destino que le condena a dejar la casa familiar para hacerse de una vida por sus propios medios.

Por otra parte, aunque el propio narrador se definió como realista, Borges nos ayuda a recordar que este “realismo” no evita “lo quimérico, lo sardónico, lo amargo y lo piadoso”, todas ellas cualidades que son eficaces para el registro crítico de una era en la que convivían con soterrada fiereza las más insulsas costumbres de la lusa burguesía provinciana con el acoso benéfico de la tecnología, los descubrimientos geográficos y la entonces novedosa velocidad de la información.

Hoy día el portugués debería ser considerado un auténtico hombre de su tiempo y no una antigualla, porque así parecen verlo los lectores jóvenes desde la tribuna del siglo XXI. Yo, a pesar de admitir que su prosa no es para impacientes, renuevo mi aprecio por este singular narrador que, además, me recuerda que siempre hay que hacer caso del consejo de aquellos que saben. Eça de Queiroz, para mí, llegó de la mano de Stevenson y Kipling, ya imaginarán por consejo de quién.




 

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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