Basura celeste: Tratamiento, equilibrio y eficacia

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Por Ricardo Solís
Es muy probable que la más famosa novela de Lew Wallace, Ben Hur (1880), no sea la mejor de las sugerencias para un lector contemporáneo, pero se trata sin duda de una de las historias mejor conocidas gracias a las tres versiones cinematográficas que con base en ella se han realizado: la primera en 1925, otra en 1959 –sin duda la más famosa– y la que se estrenó en 2016.

En este sentido, la cinta que dirigió William Wyler y en la que actuaron Charlton Heston y Stephen Boyd, debe parte de su permanencia en la memoria colectiva de este país a su constante proyección durante la Semana Santa, más allá de haber ganado 11 premios de la Academia; ahora, evocarla funciona como un buen ejemplo de cómo las buenas intenciones no llevan a nada bueno si se la compara con la película que fue estrenada en 2016 (dirigida por un solvente Timur Bekmambetov) y que, entre otras razones, debió su fracaso a las funestas modificaciones que se realizaron al relato para librarlo de su tremendismo original pero que solamente consiguieron que los críticos la hicieran trizas y el público no acudiera a las salas de cine para verla.




Lo anterior puede explicarse en una sola anécdota, la que tiene que ver con el personaje de Mesala, quien crece como hermano del protagonista y le traiciona para que sea enviado a las galeras sin pensar siquiera que podría retornar de dicho castigo; así, lo mismo que otras sabrosas historias del pasado, el tópico central en esta relación es la venganza (aunque no falta quien resalte los encuentros del preso Ben Hur con Cristo y la milagrosa liberación que será un primer paso para su futura redención) y, bien llevada la secuencia de acciones, desemboca en la muerte del enemigo que cae ante su rival para, antes de expirar, revelarle el sitio donde puede hallar a sus familiares.




La escena entre Mesala y Ben Hur, la de 1959, me sigue pareciendo magnifica; la manera en que se nos cuenta en la versión de Bekmambetov (en especial el final) me resulta horrenda. No quiero detenerme aquí en los elementos edificantes de la novela, en mi opinión no necesita más de los que aporta (la redención concluyente), pero eliminar el merecido castigo del traidor (a pesar de su arrepentimiento) no sirve para otra cosa que edulcorar en mayor medida una película muy deudora de su tiempo, grandilocuente, pero de sobrada calidad técnica, edificante, pero sin pasarse de la raya, pues. La cinta de 2016 es una basura que hasta un chamaco rechazaría.

No importa lo convencidos que estemos de ciertos posicionamientos morales o éticos, su práctica o su defensa no implica echar a perder una obra que, con un tratamiento mejor equilibrado, pudo funcionar mejor, con mayor eficacia. Si Edmundo Dantés o el capitán Ahab son recordados y reverenciados hoy día no fue por su arrepentimiento sino por una adecuada prolongación del odio que motiva la venganza (en el caso de Ahab, hasta la muerte), uno de los grandes tópicos de la literatura que, además, no pasará nunca de moda.




 

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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