viernes, abril 19, 2024
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Basura celeste: Novela, notas que no lo son

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Por Ricardo Solís
Alguna vez Saramago escribió que la novela, más que un género literario, era un “espacio” que podía recibirlo prácticamente todo desde numerosas fuentes; una frase muy simple que nos permite imaginar las posibilidades múltiples que siempre se tendrán a mano para crear, dar forma y sentido(s) a una historia –o varias– que merezca contarse y, tal vez, dar con sus lectores en el momento menos pensado. Todo esto, claro, en el mejor de los casos.

Ahora, esa sentencia del escritor portugués puede parecer a unos muy simple o general, pero no debería desestimarse como un primer escaño para aquellos que persiguen, con o sin idea del asunto, escribir una novela; asimismo, no pretendo que mi alusión suene a consejo porque, como se sabe, las columnas de opinión poseen una muy triste fama por estos días y conviene no acercarse (ni siquiera de forma sesgada) a los tonos admonitorios o de púlpito encendido que con frecuencia adornan los escritos de numerosos “opinólogos” que más vale no referir.




De vuelta a la novela, decía que admitir su cualidad de “espacio” en prosa podría ser muy útil para no encadenar un proyecto cualquiera a los siempre limitantes territorios narrativos en los que “sólo se cuenta la historia” y no se le suman –con el propósito de enriquecerla, por supuesto– diferentes estrategias formales que marquen una sana distancia entre aquellos lenguajes “muy sobados” o, por ejemplo, las segmentaciones capitulares que visiblemente sean marcas de pereza o cruda falta de rudimentos de estilo.

Con todo, no habría que olvidar lo que el poeta latino Horacio aconsejó a los pintores y escultores hace casi dos milenios, cuando por medio de una carta les conminaba a “conocer sus límites”; la frase puede leerse sencillamente pero no se asume sin dificultad porque, si somos claros, para muchos el reconocimiento de límites puede sonarles a “coartar” sus ocurrencias o posibilidades en las que han depositado su entera fe, cuando Horacio apenas indicaba que si alguien no se conoce lo suficiente en sus quehaceres como para saber hasta dónde puede llegar, estará condenado a padecer las consecuencias de esfuerzos que no darán (jamás) el fruto buscado.




Pero, por supuesto, la ventaja de este siglo naciente es que podemos mandar olímpicamente al demonio tanto a Horacio como a Saramago; siempre y cuando la confianza en nosotros mismos no excediera los niveles de lo razonable y asumiéramos con responsabilidad las consecuencias de nuestras decisiones. Claro, ya sabemos que todo lo anterior se inscribe en el ámbito de “lo ideal”, por lo que no insistiré.

Al final, después de muchos años de practicar mala escritura y revisar muchas novelas de otros, me queda claro que hay tantas fórmulas para ejercer la escritura como practicantes existan (con independencia de los resultados). Sin embargo, en mi opinión, quienes mejores novelas nos han heredado desde que existe esta “forma” de contar son aquellos capaces de no excitarse demasiado consigo mismos, susceptibles de dudar y acometer la escritura con determinación; lo demás dependerá del talento y, como sabemos, es lo más escaso.

 

*Imagen de portada tomada de wallpaperscraft.com




 

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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