Imágenes urbanas: Primer día de trabajo del Paquín

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Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
Con los ojos radiantes y el rostro firme, de adulto como el de su papá, el Paquín de once años guarda silencio mientras que su madre lo viste cuidadosamente al tiempo que le da consejos: Ya sabes mijito, obediente con los empleados y sobre todo acomedido con los clientes, saludar en cuanto lleguen a la caja con sus mercancías. La principal recomendación, Paquito, no tomar nada, ni un dulce, ni una gelatina, nada mijito, porque eso se llama robar y hasta a la cárcel puedes ir a dar, honradez mi niño, honradez sobre todo”.

Lo peina, le pone el cinto y los zapatos relumbrosos de chinola para aquel su primer día de trabajo, mientras que ambos piensan en las dificultades para que lo aceptaran en el supermercado acomodando las mercancías de los clientes en las bolsas de plástico al pagar éstos en la caja.




Recibió un curso de capacitación durante dos semanas: los artículos de limpieza en una bolsa, los perecederos en otra así como las carnes y abarrotes, también le enseñaron reglas de cortesía y tuvo que demostrar que sabia leer, escribir y sacar cuentas, por supuesto tuvo que pasar exitosamente el examen psicométrico.

No quiso ni desayunar de la emoción, de reojo miró a sus cuatro hermanos menores que todavía dormían y salió de casa mientras que su padre, expendedor de gasolina despedido desde hacía dos meses y su madre, estilista sin trabajo desde hacía dos semanas, platicaban del asunto:

Ni modo, no me gusta que el Paco trabaje, se me hace muy pequeño para que se meta en broncas.

Y qué se le va a hacer, viejo, allí en la tienda el Paquito va a ganar muy buenas propinas, mejor que nosotros, según me dijeron estos chamacos ganan entre 200 y 300 pesos diarios, o sea que si trabaja todos los días a la semana serán alrededor de dos mil, ¡8 mil pesos al mes, con eso resolvemos todos nuestros problemas!




El niño salió a la calle, eran las seis de la mañana y les quería ganar a los demás chamacos de su barrio que también trabajaban de cerillos. Iba con su pantalón azul, camisa blanca y de una vez, lleno de orgullo, se puso el mandil rojo y la boina.

Ya en el ruletero todos se le quedaban viendo pero a él no le importaba, yo voy a trabajar, a producir, como dice mi mama, y se sentó junto a la ventanilla.

Le gustaba sentarse de ese lado porque luego sacaba la mano y la ponía contra el aire como si fuera ala, “una ala de gavilán” se decía al tiempo que la movía de arriba para abajo y de abajo para arriba, sentía como si volara, siempre había soñado con volar, hasta había pensado en ser piloto aviador cuando fuera grande.

Iba feliz repasando lo que había aprendido para servir mejor a los clientes, pensando en lo que podría ganar en ese su primer día, el gusto que le daría a su mamá cuando pusiera en sus manos los 200 ó 300 pesos.




Ya en la tienda se acomedía hasta con el vigilante llevándole vasos de agua, con los clientes ni se diga: buenos días señora”,  que le vaya bien señora, gracias por su compra señora, esperamos que vuelva pronto señora. Mientras tanto los demás cerillos, algunos de la tercera edad, veteranos del oficio, lo observaban molestos con el ceño fruncido.

Cuando dieron la una de la tarde, hora de salida de su turno, Paquín estaba muy cansado pero contento. Observó algunas irregularidades pero guardó silencio: clientes conocidos de las cajeras a quienes cobraban menos; empleados que a discreción comían yogurt, pastelillos o sabritas; trabajadores cuchicheando que el día anterior habían sacado tantas bolsas de mercancías por la puerta de atrás  al cabo que entran como mermas.

Ya en el ruletero, de regreso porque a las dos entraba a clases, se acomodó en el asiento acostumbrado y con la mano izquierda empezó a volar moviendo el ala  imaginaria de arriba para abajo y de abajo para arriba mientras pensaba en lo que había ganado, “¡170 pesos, no estaba mal para ser lunes!”, de todas maneras le daría mucho gusto a su mamá, “¡cuántas cosas podrá comprar con 170 pesos!”.

De pronto un golpe seco le arrancó el brazo, un dompe que en sentido contrario casi se estrella contra el ruletero. El Paquín quedó desmayado, desangrándose en el asiento, de su mano derecha cayó la morralla de aquel su primer día de trabajo, las monedas  rodaron, rodaron y rodaron hasta salirse del carro, por la puerta de atrás.




*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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