viernes, abril 19, 2024
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Imágenes urbanas: Resurrección en la Plaza Zaragoza

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Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
Cada quien y sus recuerdos de los lugares, monumentos, parques o jardines y por supuesto la Plaza Zaragoza, el mero corazón de la ciudad.

Feliciano era de los hermosillenses que solo visitaba la plaza el 15 de septiembre para escuchar el “Grito”, disfrutar de los juegos pirotécnicos y saborear antojitos mexicanos, así lo habían acostumbrado su padre y madre y así lo pensaba seguir haciendo cuando tuviera hijos, vivía en el cerro del Coloso.

Sin embargo y contra la costumbre, aquella tarde de un domingo cualquiera, con veintitrés años a cuestas, inconscientemente sus pasos lo llevaron a la Plaza Zaragoza y se sentó en una banca cerca del quiosco, sus ojos miraban fijamente los mosaicos rojizos cuando una voz femenina lo sacó de sus pensamientos: “¿Qué hora tiene por favor?”.




El flechazo fue inmediato, toda ella lo cautivó y al poco rato ya estaban comiéndose un vaso de elote desgranado cada uno, platicándose sus vidas.

Más tarde fijaron la fecha de la boda, la fiesta fue modesta pero llena de alegría, los novios felices, en sus corazones quedó grabada la Plaza Zaragoza como el lugar donde se conocieron y en donde se desarrolló el noviazgo.

Pasó el tiempo y los hijos no venían, después de varios estudios médicos el diagnóstico fue fatal: Con ella no había problema, pero él estaba imposibilitado para procrear, era estéril.

Ella lo animó diciéndole que también se había casado con sus problemas, pero al tiempo su tristeza fue infinita, el muchacho, buen hombre, sin vicios, le dijo que se separaran para que hiciera su vida normal con otro y pudiera tener hijos, pero la mujer no quiso. Más adelante, haciendo nudo el corazón, le propuso que se embarazara, “nada más no me digas quién es el papá”, ella al principio se indignó, pero al tiempo su panza empezó a crecer, el niño les vino a compensar todos sus pesares.

Más tarde la mujer volvió a su tristeza, “es que el niño necesita un hermanito con quien jugar, está muy solo”.

Y accedió por tal de verla feliz, vino la segunda panza quien sabe de quién y nació otro hombrecito.

Más tarde: “Es que son dos niños pero yo quiero una niña, para peinarla y hacerle sus trencitas”.




Y vino la pequeña pero entonces lo inexplicable, la mujer desapareció dejando una nota: “Perdóname pero me fui con el papá de la nena, te dejo los dos niños que aunque no son tuyos recuerda que es más padre el que cría que el que engendra”.

Por eso no quería saber nada de la Plaza Zaragoza, porque allí había conocido a quien trapeó con él, a quien no supo valorar su calidad humana.

Sin embargo el pasado septiembre, después de algunos años y ante la insistencia de los niños por ir a la noche del “Grito”: “llévanos papá, dicen que se pone muy bonito, llévanos”, decidió enfrentar su coraje y fueron.

De pronto estaban disfrutando de la gente, el mariachi, del ambiente patrio, el hombre andaba feliz con sus hijos sin nada que le recordara el pasado, ni cuenta se dio cuando sus ojos se toparon con los de una desconocida que también traía sus niños y empezaron a sonreír coquetamente,  entonces  una idea empezó a germinar en el cerebro de Feliciano: “¿Será posible? Dicen que siempre habrá una rota para un descocido, pudiera ser”.  




*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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