Ludibria: Herido de muerte natural, Dionicio Morales

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Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La ChicharraEn 1965 Dionicio Morales publicó la plaquette El alba anticipada, cuyo título refleja claras influencias de Efraín Huerta en quien el alba no sólo era simbólica sino emblemática. Dicha plaquette al mostrar tal influencia de alguna manera anticipa a su vez el título del libro que hoy comentamos: Herido de muerte natural, también de influencia efraínica, este caso por parte del memorable poemínimo huertiano:

TANGO

Hoy
amanecí
dichosamente
herido
de
muerte natural.

Celebrar la muerte es celebrar la vida. Y viceversa, pues somos parte de estos bellos ciclos de un dios extraño. Debo con todo cinismo confesar que cuando nuestro admirado Dionicio Morales me hizo la invitación para presentar su libro yo me quedé como perplejo. Y tal vez ya me quede así, pero realmente agradezco desde el fondo del corazón la deferencia y junto con ustedes celebro y deseo larga vida al poeta.

Dionicio es un extraño dios griego. Pertenece a esa rara clase de personas semidioses héroes o dioses que brillan (aunque a veces quisieran evitarlo) por la sencilla razón de que es ante todo Poeta. Poeta que no se conforma con “cantar la rosa”, sino que la hace florecer “en la verde mata del poema”. Y no sólo hace florecer la rosa, sino también la dalia, la orquídea, la buganvilia, la noche buena, el tezontle (flor mineral), en el segundo poemario de este libro conformado por tres: “Dádivas”. Aquí, el poeta como un auténtico creador nos presenta las maravillas de este Nuevo Mundo renovadas en la sensual sabiduría de su mirada gozosa, de ojos novísimos. Como en el poema titulado “Colibrí”, a Susana Alexander.

En su ala derecha una sinfonía pastoral
murmura eternidades; en la izquierda el
ruido del mundo encarniza la tempestad.
Su gracia radica en el fino equilibrio del
espacio al filetear su cuerpo, en su
mirífico desparpajo de piedra filigrana
rodando por los aires.

E igualmente (retomando los versos del poema anterior) no es poca la gracia poética de “Dádivas” que radica en el fino equilibrio del espacio al filetear la escritura, pues ésta (como la de otros grandes poetas) no se hace sólo con el corazón y con la mente, sino con todo el cuerpo. Los planos sensoriales se trastocan, se deslizan, se sobreponen en similitud a escuchar colores y ver gritos o a “piedra filigrana” que no vuela sino que se va “rodando por los aires”. Imagen dionisiaca donde se embriagan los sentidos al copular entre sí en una orgía de sinestesias, es decir, escritura donde los sentidos no aparecen separados sino lujuriosamente relacionados en la sobriedad exquisita de sus pulidos versos. Otro ejemplo:

AMATE

Hoja arrancada del árbol de la vida, papel
de extrañas suavidades al tacto de un
lápiz agónico o de una pincelada
enfebrecida. Creador de fuegos
memoriosos en los que nuestros abuelos
imprimían sus recónditas visiones.

En Retrato a lápiz, primer poemario de los tres que componen Herido de muerte natural, nuestro poeta procede a retratar intensamente su mundo, e.d,. aquello que ama, aquellos y aquellas en los que su corazón reposa, de tal modo que nos hace pensar en lo que Jorge Luis Borges dice en El Hacedor:

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.

Es decir, poco antes de publicar su libro (muerte simbólica del autor que ha sido desligado del texto) probablemente Dionicio Morales alcanzó a descubrir (como el hombre que refiere Borges) “que ese paciente laberinto de líneas era en realidad (oh ironía) un autorretrato. Como al describir el paisaje en el inicio de su poema “Biografía marina”.

Desde mi infancia
               recuerdo el mar
como un gran golpe de agua
profundo intermitente
               porque la vida
viene de más allá
               de mis entrañas.

Asimismo, en “Recado a Margarita Michelena” o en “Canción para Carlos Puebla”, el poeta instituye una pequeña (breve) arte poética, al dejarnos intuir a través de ellos (y de los afectos que por ellos siente) mucho de lo que el quehacer poético representa en el temple anímico dioniciaco:

El exilio involuntario que destierra
tu corazón del paraíso, desmadeja raíces
asombradas que prolongan el fuego de la tierra
y una nostalgia secular hace alarde de vida.

La poesía como nostalgia del pasado. O dicho de otro modo (y para utilizar palabras de José Kozer: “De manera que eso que llamas pasado y esa búsqueda del pasado en mi caso me confronta con un sentimiento de vacío, de irrealidad.” Como en el onírico retrato dioniciaco del “Bar La Reforma”:

Recinto oficial de los sueños encendidos,
perdidos, inventados en la
profunda oscuridad de una noche eterna
o rescatados en el choque lento, perpetuo,
de vasos que contienen en mi interior la otra vida.

“La otra vida” que muy bien puede recordarnos aquella “otra voz” de la que nos hablaba Octavio Paz: la voz que es de este tiempo y otros: La Poesía. El poema es, retomando versos de Dionicio Morales, “un ángel invicto/ (que) nace trémula en tu garganta/ y canta, y sueña. y edifica/ arquitecturas musicales/ sobre la faz del mundo.” El tercer y último poemario que integra el libro hoy celebrado, se titula Las estaciones rotas y es justamente “un ángel invicto” que nos trae un evangelio irónico donde la vida (plenipotenciaria) “cumple ciclos/ reverdece con los años.” El amor por la vida en su poesía es forma labrada que abarca un firmamento “que sueña los sueños que soñamos”. Por ejemplo, en uno de sus poemas, el árbol sobrevive solamente sostenido por su altura, la cual es imagen del hombre bueno que sólo tiene tiempo para el amor, para crecer y reverdecer. Como nos dice en un fragmento de uno de los poemas de Las piedras silvestres, que bien refleja la memoria del poeta.

Las piedras silvestres son mudas
El tiempo es su lenguaje
Secreto
   detenido en la sólida armazón de su piel.
Son sabios
Guiñan un ojo al infinito
y la eternidad esconde en la llamada
su memorioso canto
No recuerdan ni olvidan
Su memoria
resguarda los instantes primitivos
remotos
en imágenes selladas.

La poesía de Dionicio Morales (como los bares, como su tocayo Dionisio por otro nombre Baco) instituye otra vida, a la cual podemos entrar y salir para finalmente regresar. La poesía que hoy nos congrega es un lugar de ritual vivificante que nos resguarda en cuatro paredes, y por ello finalizo con tres versos de “Bar la Reforma”:

Fuera de estas cuatro paredes nos espera
el mundo, la realidad, y cada quien
retoma su camino para llegar — como si nada– a casa.

 

*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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