Espejo desenterrado: Gracias por tanta lucidez, maestra

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Por Karla Valenzuela
Hace ya algunos años tuve una de las mejores profesoras que haya conocido; se llamaba Toñita y tenía una gran sonrisa que, desde nuestra llegada, presagiaba el inicio de un día fabuloso; con juegos, con planas interminables, con cuentas que nunca acababan pero que -no sé por qué- eran divertidas, la mañana de mi segundo año de primaria transcurría feliz.

Si un año antes, mi madre y la madre Agripina me habían enseñado el valor de la escritura y la lectura, Toñita me mostró el inimaginable -para mí- mundo de las matemáticas.

Fue con ella que aprendí que se puede jugar mientras se estudia y que también la maestra puede ser tu mejor amiga.

Al terminar el año escolar, también se acabó mi estancia con esa profesora, pero su recuerdo perdura hasta hoy como la base incipiente de mi educación.

Curiosamente, más tarde, ya en la universidad conocería a mi favorita; una maestra con igual sonrisa que Toñita, siempre presta a enseñar a sus alumnos, entregada a su vocación y, desde entonces, se convertiría en mi mayor ejemplo de que ser un buen profesor es relevante. La maestra que cambió mi vida universitaria es Rita.

A través de ella, pude acercarme al estudio literario de una manera más “lúcida”, como ella suele decir, y pude descubrir, poco a poco, la cantidad de ideas que se esconden detrás de las letras.

Fue Rita quien me inculcó su infinito amor por autores hispanoamericanos y quien me hizo vislumbrar un futuro para mí y mis ensayos cuando apenas empezaba mi camino por la literatura.

Sé de cierto, como también en el caso de la profesora Toñita, que Rita ha tenido tiempos difíciles, pero nunca ha cesado de enseñar, de dedicarse a esto para lo que –es más que obvio- que nació: ser profesora.

Al verla, o al recordar a Toñita, no tengo más que admitir que la labor del maestro es una de las más importantes en la vida de todos: son ellos quienes pueden impulsar nuestros más grandes sueños o apagarlos si quisieran. Los alumnos, pues, estamos en sus manos, y esa debe ser una responsabilidad muy pesada, por eso se agradece.

Hoy, previo al Día del Maestro, va mi reconocimiento para Toñita y Rita, principalmente, pero también a todos los profesores; sin ellos, no fuéramos las personas que somos. Es cierto que hay cosas que se aprenden en casa, pero el amor al estudio se inculca en las aulas, y una vez aprendido eso tenemos todo para enfrentar el futuro.

Rita: te debo mucho de lo que sé y te lo agradeceré siempre.

 

*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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