Espejo desenterrado: Paz en el mundo

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Por Karla Valenzuela
En medio de una Revolución Mexicana liderada por varios, entendida por la mayoría, rechazada por pocos y necesaria para todos, un día como hoy, pero en 1914, nació un niño que, desde temprana edad tuvo la influencia de su abuelo, un hombre que había sido soldado de Porfirio Díaz y era un novelista liberal y, ya retirado, vivía en Los Ángeles. Hasta allá fue a vivir este niño mexicano, luego de que su padre tuviera la representación de Emiliano Zapata en Estados Unidos.

Así, este pequeño inició sus estudios en tierra estadounidense que para nada sabía hablar inglés y los pleitos y abusos no se hicieron esperar para este mexicano que iba a un colegio de “gringos”. Paradójicamente, tras dos años, volvió con su familia a México, donde también fue víctima del abucheo de sus compatriotas que lo veían distinto por venir del “otro lado”.

Para 1929, el jovencito ya tenía 15 años y se unía al movimiento de José Vasconcelos, “en ese fervor que posteriormente produjo muchas cosas y, entre ellas, una organización de estudiantes pro obrero y campesino de la que a su vez surgieron muchas gentes que con los años se convirtieron al marxismo o al sinarquismo”, relataría después, y así nacería su adhesión a la izquierda.

Este joven rebelde, con causas encaminadas a un mejor futuro, era –por supuesto- Octavio Paz, el mismo que con tan sólo 17 años escribió su primer artículo titulado “Ética del artista”, donde ya se vislumbraba el escritor que llegaría a ser.

Tiempo más tarde, como estudiante de Derecho, se vería forzado a elegir un camino, o el de sus ideales poéticos, que dejaban ver a todas luces su subversión, o sus intereses políticos. Dicha dualidad siempre estaría en su vida. Durante la Guerra Civil Española, fue solidario con los republicanos, sin embargo, también se vio afectado por la represión contra los militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista de Cataluña entre quienes tenía algunos amigos. Este proceso lo llevaría a denunciar los campos de concentración soviéticos y los crímenes de Stalin años más tarde.

Siendo estudiante de la Universidad de California, en 1951 fue destinado a Francia para desempeñarse como diplomático mexicano; La India y Japón seguirían para llegar de nuevo a México y trabajar en Relaciones Exteriores.

Luego iría a Nueva Delhi  como embajador pero, estando allá, sucedió la masacre de Tlatelolco y, en señal de protesta, Paz renunció a su cargo y dejó claras sus diferencias con el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.  En ese momento fue el único embajador que renunció.

La Revista Vuelta y –claro- Plural, llevarían su sello personal.

Tras su muerte, dejaría más de 50 libros publicados, entre poesía, ensayos y teatro, y un sinfín de galardones, entre los que destacan el Premio Nobel de Literatura en 1990 y el Cervantes en 1981.

El asunto es que un día como hoy nació un mexicano que siempre vivió entre dos mundos: su rebeldía creativa y su posición política ante el mundo. Al final, creo que ambas se unen y lo hacen grande.

Paz era crítico, soberbiamente exquisito para elegir palabras, exageradamente justo para otorgarle significado a las cosas. Y creo que esa grandeza proviene precisamente de la dualidad que le tocó vivir.

Hoy, en tiempos de redes sociales, podemos deambular o no entre diversas posturas y adherirnos a cualquier tendencia social, pero lo verdaderamente importante es que como Paz, o como algunos de los grandes personajes que han hecho historia, seamos congruentes con lo que queremos para nosotros y para los nuestros, que, como dijo Octavio: “el sentido profundo de la protesta social consiste en haber opuesto al fantasma implacable del futuro la realidad espontánea del ahora”.

Hoy y siempre, que haya Paz en el mundo.

 

 

 

*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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