Ludibria: Vino nuevo en odres viejos

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Aquello que es oposición se concilia y de las cosas diferentes nace la más bella armonía, y todo se engendra por medio de contrastes (…); Ellos, los ignorantes, no entienden que lo que es diferente concuerda consigo mismo; armonía de contrarios, como la armonía del arco y de la lira

Heráclito de Éfeso

Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La Chicharra

Desde hacía varias décadas uno de los edificios de ingeniería de la Universidad de Sonora lucía orgulloso en un frontispicio de mosaicos la frase “Máxima libertad dentro de un máximo de orden”. Al ser remodelado hace poco el edificio en cuestión, me puse contento creyendo que enjarrando los mosaicos (como lo estaban haciendo) borrarían tan fascista leyenda, pero para mi fatal desencanto fue todo esto tan solo una ilusión momentánea: ahora la misma célebre frase luce como un grabado en el enjarre del mismo frontispicio y con el mismo tamaño de letra. Cuando menos ahora se ve más moderno el conjunto de la obra, bendito, en la manifestación de un signo de los tiempos que vive nuestra máxima casa de estudios: modernidad y celeridad en las construcciones, casualmente acompañadas de los mismos vicios y mentalidad cuadrada de ciertos sectores mayoritarios.

No exagero al catalogar la susodicha frase como fascista. Incluso el origen de la misma se presta para esta relación. Ernesto Salazar Girón (qepd), maestro fundador de la escuela secundaria de la Universidad de Sonora (1942), la elaboró como lema de la Preparatoria Central universitaria, tal vez en un noble afán de darle un sofisticado toque de militar prestancia, resabios de la recién derruida dictadura nazi continuada en los regímenes de los generalísimos en el cono sur. ¿Qué mejor “máximo de orden” puede existir que el otorgado a las tropas que viven bajo una “máxima libertad”? Ante la constante amenaza de caos proveniente de las masas juveniles (digo, de las que no hacen tortillas), es posible proponer dos fáciles soluciones, ambas encaminadas hacia la uniformización colectiva. Primera, que las escuelas formen buenos estudiantes facultados para hacer buenas filas pero no propuestas (ni siquiera de las malas). Segunda, reprimir (exterminar de ser posible, propondrían algunos radicales) a los disidentes. Al parecer y para gracia del orden establecido, nuestro país ha sido fértil terreno para la implementación de este par de soluciones dotadas de cierto cariz revolucionario. Sí, lo de revolucionario no es broma, baste recordar la insigne consigna de Fidel “Mussolini” Castro: “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”.

Y para gracia de las dichosas coincidencias, la frase fascista que he venido comentando, es relacionable con algunos de los versos de nuestro Himno Universitario, esa bella marcha (militar, no fúnebre) de cuya música es inefable autor (curiosa coincidencia) el propio profesor Ernesto Salazar Girón:

Unidos vencerán los aguiluchos del valor,
unidas han de estar esas falanges del honor;
La Patria su canción, por esos labios va a escuchar
con todo el corazón, esa canción se escucha ya.

(…)

Porque Sonora valga más, sus nobles hijos lucharán,
porque la patria sea feliz y por la santa libertad
de un mundo nuevo baja ya, definitivo un gran amor
fraterno amor universal que nunca más se ha de apagar

Sería difícil no sentirse admirado por el alto sentido de espíritu corporativo que reina en estos versos, pero más difícil aún sería no sentirse invadido por el espíritu de martirio, sacrificio y autoinmolación en aras de la Patria y el Estado, espíritu sostenido en esa palabrita: “falange”, sinónimo de ejército; cabe recordar a la Falange tradicionalista española que se lanzó en contra de la República durante la Guerra Civil Española, apoyando así a esa extensión del oscurantismo medieval llamada “franquismo”, época de fanatismo y caza de brujas, donde nadie (al parecer) protestaba y todos estaban contentos, donde la cultura padeció los rígidos arneses del Generalísimo, a quien Dios haya perdonado, ya que la gente perjudicada no.

Basándose en lo anterior, no cabe duda de que no habría cosa más hermosa que los aguiluchos de la Unison formados en juveniles falanges dispuestas al sacrificio heroico y nazionalista (así, con zeta) para gloria de la Patria, de la gran nación mexicana y sus instituciones, lo cual indefectiblemente habrá de transportarnos a la fraternidad universal, merced al futuro dominio providente de la égida azteca. Ojalá, por lo tanto, se sigan remozando los edificios universitarios y construyendo nuevos espacios físicos, siempre y cuando no sean alterados ni siquiera en una nota o en un acento nuestros símbolos tradicionales casi sagrados: El Himno Universitario (ante el cual justamente hay que cuadrarse), y el lema “Máxima libertad dentro de un máximo de orden”. Después de todo, qué más da: nuestro Himno Nacional Mexicano es más belicoso aún, aunque carezca del carácter fascista de los versos cuarenteros citados. De cualquier forma, la Universidad siempre será de nosotros los sonorenses, por lo menos en el membrete. Pero no se vale llorar.

Tanto orden como libertad seguirán siendo términos opuestos, cuya conciliación no es tan fácil como le hubiera gustado al bienintencionado profesor Ernesto Salazar Girón, distinguido formador de varias generaciones de jóvenes. Su frase no logra conciliar estos opuestos, sino que en ella se sobrepone el orden a la libertad (tanto en la forma como en el contenido, valga la aclaración). Como eslogan puede sonar bonito, y como tal no puede dejar de ser engañoso, no olvidar que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.

 

*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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