Escribir es buscar caminos, buscar ideas, crear: Alba Brenda Méndez

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Un montículo de tierra en el patio, ante los ojos de una niña, se convierte en el más importante estrado. Sube y planta los pies en la cima, abre los brazos y, con voz determinante, empieza a recitar célebres versos (y una que otra mala palabra). Dentro de la casa, la madre escucha. Y suelta la regañiza.

Alba ríe y se recuerda así, como la niña que siempre deseó hablar por sí misma. Escribía y hablaba en aquella casa, y su voz hacía eco en medio del silencio de aquel desierto, en Caborca.

Alba Brenda Méndez es poeta, maestra y una ferviente promotora de lectura, y en esta edición de la Feria del Libro Hermosillo, es la homenajeada. Conversamos.

Cuéntenos sobre su inicio como lectora.
Qué hermoso, es la época de la infancia, cuando aprendí a escribir. En mi casa se leía: recuerdo leer los libros de mis hermanas, donde me encantaban las poesías, los trabalenguas y las historias. También los libros que leía mi papá, y mi mamá adoraba la poesía y era muy dada a memorizarla, me declamaba. Conforme fui creciendo, por mis manos pasaron muchos libros, como El Quijote, La Divina Comedia, La Ilíada, y se me quedaron grabadas muchas frases. Luego empecé a leer lo que me cayera en las manos, como las historietas de Memín Pinguín y Kalimán, a pesar de que eran lecturas que no se permitían en mi casa; pero luego mis papás se dieron cuenta que eso no tenía chiste, porque si se prohibía, llamaba más la atención. Yo buscaba qué leer y con los libros conocí a muchos autores, y así continué con mis lecturas siempre: la lectura siempre ha sido importante en mi vida.

¿La poesía viene entonces por herencia de su madre? ¿De dónde nace esa necesidad?
Quizá porque me recuerda a mis papás. Pero también recuerdo que en sexto de primaria, en el libro de lecturas, venía Pablo Neruda y mientras la maestra determinaba qué íbamos a leer, me detenía en él y lo leía: era Alturas de Machu Picchu, con una foto de Pablo al lado. Yo no lo entendía, pero lo volvía a leer y trataba de darle una explicación, buscaba en el diccionario las palabras. En la primaria, yo destacaba en español, pero ese ritmo y musicalidad de la poesía, una lo va buscando, nunca me mencionaron algo más que las rimas. Recuerdo que mi mamá me dijo una vez: ese que va por ahí es un poeta. Era Abel Pino, era bueno y llevaba muy buen camino, pero murió muy joven en un accidente automovilístico. Luego, al salir de secundaria, fue cuando conocí la obra de Abigael Bohórquez, que es también de Caborca. La tía de Abigael vivía frente a la casa de mi abuela y mis tías crecieron jugando con él. A los años, entrando a la universidad, yo lo vi en el periódico cuando publicó algo en Hermosillo, así lo conocí: lo vi y nunca se me olvidó esa imagen, conservo esa foto hasta la fecha. Esas cosas marcaron mi camino por la poesía.

Algo deben tener el desierto y Caborca, que provocan la poesía.
Qué magia tienen, y a la vez, qué silencio. En Caborca, en el desierto, se está en contacto con la naturaleza, con los cerros y los ríos secos, con las minas de oro en aquel tiempo, aquellas calles de tierra sin pavimentar, los paseos para buscar las pitahayas rojas en la punta del sahuaro, para tomar café revuelto con un pedazo de rama de hediondilla, que es una planta del camino que huele muy fuerte. La poesía del desierto la ves en el sol: como ese reflejo parecido al agua, que ves a lo lejos en la carretera. Todo eso. Leyendo a Abigael conocí mucho más sobre la vegetación, también del campo, que es un lugar muy duro: mi papá murió muy joven tratando de levantar su rancho. En el campo se lee, porque está lejos y porque no hay otra cosa que hacer además de trabajar la tierra. La perla del desierto, como le llaman a Caborca, era una ciudad de gente culta: no me extraña que Abigael haya tomado tantas cosas positivas y hermosas que lanza en su poesía, así como recuerdos ingratos.

¿Cómo es el oficio de escribir?
Se comienza de una manera impulsiva, se viene porque algo te mueve, por plasmar algo que no quieres dejar ir. Yo creo que ese instinto está también desde antes de nacer: lo que la mamá percibía, aunque uno no tenga conciencia ni recuerdo. Escribir es buscar caminos, buscar ideas, crear; después se va haciendo voluntario, con disposición. Yo misma no me impongo temas, porque la vida yo la vivo al día y la vida tiene de todo; claro, es un gusto el trabajo literario y hay que buscar lo que le vaya mejor. De todas maneras, encima de lo creado, revisamos, porque va a llegar a un tercero: te estás comunicando con alguien. A medida que se va revelando esto, es algo muy satisfactorio, se siente hasta físicamente, como si estuvieras masticando las palabras. Es trabajar la palabra, demostrar humildad ante la palabra. Me remonto a recuerdos poéticos que me dejan una calidez, por todo lo que evoca la poesía; hacerla no sé qué será, no sé decir qué tanto implica, cuánto se conjuga en ese acto, porque es muy especial, pero es sencillamente ponerse a escribir.

La mujer escritora, ¿a qué se enfrenta?
Nos enfrentamos a la incomprensión, a que nos vean como bichos raros; pero lograr escribir es una batalla ganada. A mí me enseñaron que no debía dejarme dominar, y si mi objetivo era bueno para mí, lo tenía que llevar adelante, que podría hacerlo. Recuerdo mucho eso de la niñez y la adolescencia, porque muchas estudiantes dejaron de serlo porque se iban a casar: yo les decía que no tenía nada que ver una cosa con la otra, pero a ellas se les hacía muy raro llegar a sus casas a hacer tareas. La mujer escritora tiene el trabajo de leer igual que todos, y por otra parte enfrentarte a ideas diferentes. Tú asumes lo que escribes, es tan tuyo como tú misma. Hay quienes dicen que la mujer se ve bien escribiendo porque defiende sus valores, pero tampoco es que las mujeres seamos más sensibles: la sensibilidad es de cada quien y no importa su género, está en todos esa capacidad de maravillarse, y si es a través de las palabras, pues el poema puede ser una vía.

Cuando te supiste homenajeada en la Feria del Libro Hermosillo, ¿qué pasó por tu cabeza?
No pensé nada. Estaba frente a un público, en un evento de escritores de Sonora y en la inauguración fue cuando me enteré. No me imaginaba que podría ser yo, porque pensaba en gente que ha ido al extranjero y que ha trabajado mucho; de hecho mandé mi propuesta, porque admiro mucho el trabajo que se hace fuera, porque allá se está solo y, alejado, se ve mejor el país, se ve mejor tu sentir. Me dio mucho gusto, porque yo siento el compromiso con mi escritura, con mi búsqueda. Sí siento confirmado todo el trabajo: no es una ventolera, es una aventura interesante. Aventura de búsqueda, de estudio, de impulso para vivir la sensibilidad como humana, como mujer en esta época. Aprendemos de la lectura y de la realidad que queremos llevar a la escritura, con ese lenguaje que nos organice el mundo. Escribir es una muy buena tarea para estos años, en el sentido de que podamos conservar esa disposición de resolver las cosas, de conservar la esperanza, de vivir en resistencia. La lectura nos ayuda a esperar lo mejor, quiero vivir con la lectura. (Astrid Arellano/ISC)

 

 


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