miércoles, abril 17, 2024
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Espejo desenterrado: Para leer… hay que escuchar música, es lo de hoy

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Por Karla Valenzuela
Antonio Machado fue un poeta español bastante popular entre los de corte modernista, que perteneció a la laureada Generación del 98. Mucha gente, la mayoría, conoce su obra a través de cantantes como Joan Manuel Serrat y Alberto Cortez. Para ejemplo, sólo basta recordar la célebre “Cantares”: “Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón”.

Por otro lado, “El niño yuntero”, “Elegía”, “Menos tu vientre” y tantas otras ha cantado el mismo Serrat, que son de la autoría del poeta Miguel Hernández; y qué decir de “Elegía segunda” (Canción de Pablo)”, en la voz del gran Silvio Rodríguez, también de la autoría de Hernández.

Y así podríamos dar con infinidad de poemas vueltos canción un día por éste o por aquel y que la mayoría de los oyentes no saben que proviene de un poema específico que jamás se pensó propiamente como canción.

Si bien es cierto que la poesía, por su construcción, por definición absoluta, posee la cadencia y elegancia de la música, también es cierto que, por sí sola, sin necesidad de ser cantada o musicalizada tiene ya su propio sentido y, quizás, puede aportar o demeritar – en su caso – el hecho de que una obra se vuelva canción.

Sin embargo, no pasa al revés. Es decir, una canción no se “vuelve” poema por lo que dice o por lo que significa; por más uso astucias literarias, la obra de Silvio o de Pablo Milanés no deja de ser canción, por ejemplo.

Así las cosas, tenemos que los libros que, tras la muerte de Jim Morrison salieron con las letras de sus canciones, no son propiamente poemas, son canciones escritas para ser eso: canciones. Esto es, pues, una cuestión de intención y de disciplina elegida.

Por eso creo, y de nueva cuenta lo señalo, que Bob Dylan no es ni por poco, cercano a la literatura, ni mucho menos debió ganar un Nobel, por más seguida y relevante que sea su obra. Ahora, de veras, se corre el peligro de que quienes nunca se acercan a la poesía crean que cualquier canción lo es. Nómbreme usted a su cantante favorito y, sin importar que nunca haya escrito, o sin importar que sea un buen letrista al que le interesa hacer canciones, lo podrán llamar “poeta” tan sólo por tener una letra que conmueva y que se escuche en Itunes sin necesidad de leerlo… Y entonces, la poesía, la misma literatura, será –aún más- incomprendida. Vayamos pues a Sanborns o Liverpool, o en su defecto a Discos y Novedades o la extinta Casa del Rockero, hay que consumir poesía.

 

 

*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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