Luces y sombras: Donde hubo fuego, indignación queda

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Por: Armando Zamora
Armando ZamoraLos hermosillenses, los sonorenses, los mexicanos, en general, somos una especie rara en este mundo: que no nos digan que ya está a todo lo que da la ExpoGan (la fiesta del pueblo, dicen, ja) o que ya iniciaron las Fiestas del Pitic (o Festival, que pa’l caso de echar desmadre es lo mismo) o que iniciaron los juegos de Los Naranjeros o que a la noche va a jugar el Tri su enésimo partido molero porque empezamos a salivar como perros pavlovianos, pero que no nos inviten a una conferencia o a una obra de teatro o a cuidar el agua o a una marcha de la ABC porque nos entra una modorra estúpida o una total falta de conciencia ciudadana que raya en la indiferencia ciudadana.

El pasado domingo 5 de junio se cumplieron 7 años de la tragedia de la guardería ABC. De acuerdo con los investigadores, producto del siniestro murieron 49 niños y dejó secuelas en otros 104, también algunas educadoras sufrieron las consecuencias del fuego, así como algunos ciudadanos quienes de un momento a otro se convirtieron en héroes anónimos que después se perdieron bajo la capa de olvido que deja la rutina y los desperdicios de las ambiciones de políticos advenedizos.

La historia es harto conocida. Nos las han dicho de pe a pa. Nos la sabemos de memoria con sus muchas vertientes, dependiendo de qué lado de la mesa se encuentre quien nos la esté contando. Y aunque haya quien diga que el fuego inició por una razón, y quien señale que fue por otra causa, el punto central de la macabra historia, y en el que todos coincidimos, es que en ese lugar, que era una bodega con escasas medidas de seguridad habilitada como estancia infantil, fallecieron muchos niños y otros murieron días después, y muchos otros han quedado con lesiones de por vida.

Estamos hablando de la que tal vez sea la página más negra en la historia del país. Y mire que hay páginas negras en el México moderno: Tlatelolco, Aguas Blancas, Acteal, Tamaulipas, Tlataya, Ayotzinapa y tantas más cosidas con hilos de sangre inocente, injusticia e impunidad. Pero la tragedia de la guardería ABC involucra a niños, que es donde más nos duelen las infamias.

Qué lejos han quedado las versiones primeras, la confusión, el olor del humo, las cartas indignantes en favor de la honorabilidad de los irresponsables y criminales concesionarios de la guardería, la fuga, la premiación fast track de los héroes, y después el ominoso silencio oficial, las evasivas, las lejanías y, cada 5 de junio, las marchas multitudinarias, abrazadoras y abrasadoras, el coraje común y la rabia colectiva al paso de las consignas, los tambores, los zanqueros, las fotografías de unos niños que jamás envejecerán.

Y los gritos en los portones cerrados de los espacios que deberían ser públicos, los reclamos ante la omisión, el grito de “Ni perdón Ni olvido” venido desde otras masacres y desde otras latitudes, los discursos en las escalinatas y el desánimo lento, embriagador, cómplice que va cubriendo la plaza al paso de las horas, de los tumultos, de las palabras, de las arengas y de la ausencia puntual de señalamientos directos al puñado de personajes encumbrados que se ocultan detrás del poder y de los medios.

Desde aquellas primeras marchas, Araceli y yo nos unimos al contingente. El 10 de junio de 2009 fuimos más de 8,000 los que caminamos sumidos en la indignación. Los 6.5 kilómetros entre los restos de la guardería y la plaza Emiliana de Zubeldía eran y siguen siendo un memorial interminable para los pequeños que fallecieron por el siniestro, y para tantos que nunca más olvidarán el incendio: las cicatrices en su cuerpo se lo recordarán toda la vida.

Después fuimos 10,000 y luego 12,000 y llegamos a más de 20,000 los indignados que caminamos por las calles en busca de justicia el 4 de julio de aquel año perverso. Y al día siguiente llegaron las elecciones, y algo se quebró por dentro de todos porque las demandas, las peticiones, los acuerdos, el coraje se fue apagando poco a poco para brotar sólo en ocasiones especiales, que nunca fueron suficientes. Ya sabemos que ni todo el esfuerzo del mundo podrá mover montañas si el poder político se niega. Y eso ha pasado desde que sucedió la tragedia.

No somos los únicos que hemos caminado ese trayecto cada año: miles de ciudadanos que no tenemos relación con los padres, sino que nos hermana la rabia por la injusticia y la impunidad, hemos hecho el trayecto a temperaturas difíciles, pero nada será más difícil de superar que la muerte de un hijo, sobre todo de un bebé, y eso es el motor que nos empuja esos kilómetros, hasta llegar un día a las puertas de la Casa de Gobierno.

He visto a tanto oportunista cotidiano hacer suyo el dolor ajeno, he leído tantos poemas de escritores locales tocados por la desgracia, me han compartido columnas de periodistas llorosos y he escuchado algunas canciones de artistas locales hablando del incendio. Y nunca los he visto en las marchas. Tal vez no haya necesidad de convertirse en un colectivo anónimo para hacer suya la indignación. Quizá no sea indispensable caminar esos kilómetros para sentir la rabia. Acaso la gracia de vate divino es suficiente para hablar por los sin voz de una vez por todas.

Pero más allá de las poses está la verdad incontrovertible de 49 niños que no debieron morir en ese estúpido incendio provocado por la ambición política, y que ha gozado de toda impunidad. Y está también el dolor de los padres, los hermanos, los familiares cercanos que nunca más volverán a estrechar a aquellos pequeños más que en el corazón y el recuerdo de tiempos felices.

Yo recuerdo aquel viernes sangriento. El humo a lo lejos, hacia el sur. Y después las imágenes por televisión de una angustiada Katty Amavizca, a punto del llanto, sin poder dar crédito a lo que estaba transmitiendo, y sin embargo, haciéndolo con todo profesionalismo. Así pudimos conocer la dimensión real del siniestro y empezar a adentrarnos a esa pesadilla inaudita.

Han pasado 7 años, pero anotada por ahí tengo la crónica de la marcha del 27 de junio de 2009, y quiero compartirla porque sigue estando vigente, como hace ya siete años:

La respiración de más de 10,000 personas en la Plaza Emiliana de Zubeldía, en el centro de la ciudad de Hermosillo, hacía que el calor sofocante de la tarde se convirtiera en un vapor de indignación difícil de contener.

 Sobre la tarima que hacía las veces de escenario principal, Roberto Zavala Trujillo respiró hondo y después habló lento, pausado. Parecía que sus primeras palabras venían desde muy lejos, y tal vez así fue: acaso vinieron desde el cielo, desde ese lugar en el que habitan los niños cuando han muerto en una situación enmarcada por la torpeza y ambición de un puñado de traficantes de influencias, de hambrientos de fortuna, de caciques de la desgracia.

 Zavala tomó aliento y agradeció el apoyo a los miles de participantes en la cuarta marcha en solidaridad a los padres y familiares de los niños fallecidos y afectados en el incendio de la Guardería ABC, el pasado 5 de junio, que ha provocado la muerte de 48 infantes y mantiene a una docena de pequeños y a una persona mayor internados en diversos hospitales del país y del extranjero.

“Justicia —dijo— es lo que buscamos. Queremos justicia y que los responsables paguen su culpa”, y enseguida, con el dolor reflejado en su rostro y en su voz, junto a una fotografía de su hijo Santiago, que falleciera en el siniestro, expresó:

 “Les quiero presentar a Santiago, le encantaba correr todo el tiempo dentro de la casa, el mejor regalo que le pudieron dar es un camión ‘Tonka’, siempre lo manejaba al revés, pero bueno… así era él…

 “Mi hijo era un guerrero que a sus 3 años siempre se salía con la suya, con una vitalidad y curiosidad muy característica, pues al llegar a casa después de recogerlo de la guardería, se dirigía a su cuarto por su DVD de la película Cars…

 “Ahora ya que conocen a mi hijo, se lo presento a las autoridades, a los policías municipales que obstaculizaron el rescate de varios niños; se lo presento a los bomberos, que llegaron tarde; se los presento a las personas que con su simple firma dieron los permisos para esa guardería; se lo presento a los dueños de la guardería: él era el que les dejaba 2,500 pesos mensuales”, indicó con la voz desgarrada.

 “Se lo presento a la PGR, y espero que esta autoridad sí sepa hacer justicia, que ellos vean que el asesinato de 48 niños es un delito grave, no como lo plantean otros…”

 Después se dirigió a las figuras de gobierno de las tres instancias, federal, estatal y municipal: “Ustedes creen que somos sus pendejos, ¿verdad? Creen que toda la gente que está aquí no sabemos de lo que estamos hablando, que somos unos ignorantes… No, señor, no somos pendejos, que seamos de clase media y que trabajemos no quiere decir que seamos pendejos… han sacado cada explicación no válida por el incendio…”

 Y agregó: “Si esto queda impune entonces realmente somos unos pendejos y eso es toda la sociedad, depende de ustedes que nos sigan tratando como pendejos…”

 Después se dirigió al gobernador Eduardo Bours: “Ahora hay algo más personal para el señor gobernador… él se refiere a nosotros en una entrevista en Milenio, con Osorno, como esta gente… Pues sepa usted que esta gente tiene nombres, todos, no se refiera a nosotros como esta gente: ahí está Alán, está Julio, Moisés, Roberto… todos tenemos un nombre…

 “Usted dice que se me ha acercado gente para manejarme… pero la única gente que se me ha acercado para manejarme es la gente que usted me mandó, gobernador, la que me dijo que mi hijo estaba muy triste porque su padre estaba enojado…

 “Usted no conoce más a Santiago que yo: Santiago en este momento desde allá arriba está mirando hacia abajo y le está diciendo a todos sus amiguitos: ‘Ese pinchi loco que está allá es mi papá y no se va a dejar de ningún pendejo…”, concluyó con la voz hecha jirones de esperanza mientras la tarde le daba paso con tristeza a la oscuridad de la noche, esa oscuridad donde los perversos, los descastados, los empresarios de la pobreza y la muerte negocian la justicia y se reparten el estado entre tragos de whiski importado.

Y se lo siguen repartiendo.

 

 

Armando Zamora. Periodista, músico, editor y poeta.
Tiene más de 16 libros publicados, 12 de ellos de poesía. Ha obtenido más de 35 premios literarios a nivel local, estatal y nacional. Ha ganado el Premio Estatal de Periodismo en dos ocasiones.  Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora (FECAS). Una calle de Hermosillo lleva su nombre.


– PUBLICIDAD –


 

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *