Die Woestyn: El LakeShow

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Por Alí Zamora
Yo nunca pensé que fuera a suceder en realidad. Esto por varias razones, y la primordial era una latente falta de interés. Pero a final de cuentas sucedió, y fue una de esas situaciones donde uno experimenta una sorpresa y/o epifanía: Mi primer juego de baloncesto profesional de la NBA.

Los Knicks de Nueva York visitaron a los Lakers de Los Angeles, último juego entre las estrellas respectivas de sus equipos: Carmelo Anthony y Kobe Bryant.

Hasta me parece que alguien en su momento comentó respecto al hecho de que ésta es la temporada final de Kobe Bryant #BlackMamba como jugador, después de 20 años con la franquicia de Los Angeles. El morado y dorado. El Lakeshow.

Aunque debo admitir que el baloncesto no es mi deporte predilecto, confieso que sí siento cierto cariño infantil por el equipo de la gran manzana (el original, no los Nets de Brooklyn): los Knickerbockers de Nueva York.

Y esto más por recuerdos de una corrida “Cenicienta” en 1999 (como le llamaron los analistas de ESPN americano en aquel entonces), siendo el último equipo en colarse a los playoffs (sembrado numero 8 en la conferencia del Este) hasta llegar y perder las finales de la NBA en contra de las Espuelas de San Antonio, guiados de la mano del entrenador Jeff Van Gundy y los jugadores Latrell Sprewell, Alan Houston y Patrick Ewing; que por cualquier fama reciente que el equipo de los NYK pudiese adquirir (véase: Liga MX, Cruz Azul).

Pero junto con mi esposa nos adentramos en las entrañas de concreto del centro de Los Angeles para observar el primer juego de baloncesto profesional al que asistíamos en nuestras vidas.

¡Ah!

Y era noche latina, o por lo menos eso nos dijo la señorita que fungía de conductora durante la amena velada.

Era como si supieran que iríamos… ¡Ja!

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El centro de Los Angeles es como el centro de cualquier otra ciudad.

Veamos el centro de la ciudad capital de Sonora, Hermosillo: tiene su mercado municipal, tiene sus áreas de negocios/financieras, tiene sus áreas de tiendas sobre tiendas, y, si se soporta el olor a pescado y a vida, se pueden encontrar las áreas residenciales o las casas que fungieron como cimiento para la constante expansión humana.

Downtown LA es similar: tiene su área financiera, tiene sus áreas de centros comerciales y tiendas sobre tiendas, tiene su mercado municipal (aunque de nombre distinto: Grand Central Market), y, si se sobrepone uno del humanísimo miedo a conducir por calles de un sentido entre rascacielos, una multitud de áreas residenciales.

Por supuesto que las diferencias son claras: el área financiera de Los Angeles nace en las calles superiores de los pasos a desnivel, los negocios importantes se localizan en su mayoría en rascacielos y las áreas residenciales se dividen entre hogares construidos en los 60’s o 70’s y condominios de lujo que ningún residente local común y corriente puede esperar habitar.

Pero eso sí, ambos centros citadinos cuentan con su skid row (o barrio bajo) bien determinado donde los pordioseros y vagabundos viven la vida como se vivía en la antigua Bohemia, en la hoy desaparecida Checoslovaquia.

Y puesto que todos los caminos te llevan a Roma, desde todos lados puedes llegar al centro de la ciudad: Korea Town, desde el occidente; East LA, cruzando el río; Little Tokyo y China Town están a la vuelta de la esquina; Little Armenia al norte, y si manejas al sur por toda la Figueroa, no tardas en dar con South Gate, Compton e Inglehood… ¡perdón: Inglewood!

Es parte de la epifanía.

Como lo fue el encontrarnos delante de una pareja de hermanos belgas, Glenn y Jerome, mientras hacíamos fila para entrar al Staples Center, hogar de los Lakers.

Como lo fue encontrar una pareja de paisas, hermanos también, nativos de Los Angeles; uno apoyando al púrpura y oro (Lakers) y otro apoyando al naranja y azul (Knicks).

Mientras que Glenn y Jerome —ambos curiosamente rebasando, fácil, los dos metros de altura— dijeron: “Yo nunca vi a Michael Jordan jugar en vivo, por lo menos veré a Kobe Bryant antes de que se retire…”; los hermanos frente a nosotros mencionaron: “Tratamos de venir a este mismo juego todos los años…”

Un apretón de manos con cada uno de los hermanos belgas, deseándoles lo mejor en su viaje a los parques nacionales de Sequoia y Yosemite, porque “¿a que más iríamos a Fresno?”, anunciaron los hermanos en su inglés con acentos de francés belga.

Un abrazo con el joven paisa fanático de los Knicks, como siempre deseando una mejor temporada para el equipo el próximo año (al igual que los fanáticos del equipo de la cementera, que ha sumado un fracaso más), y un intercambio de miradas haciéndole saber al otro hermano que lo reconozco, está ahí, pero esta noche aunque seamos fanáticos contrincantes nos deseamos una buena velada sin necesidad de intercambiar apretones de manos o palabras, puesto que portamos colores contrarios.

Y esa es parte de la epifanía de Los Angeles.

Aquí perteneces, sin importar tu lugar de origen: Genk, Arizona, México o el Sur Centro.

Aquí, siempre y cuando te dediques a ello, serás recibido por la ciudad misma, sus colores y olores y su asfalto te cobijará en un anonimato coloquial, donde, salvo que tú mismo digas “Yo no crecí en Los Angeles, de hecho ni siquiera nací aquí” (whaaaaa?! you’re a total Cali guy to me), serás un angeleño

Dentro, por fin, recibimos nuestras toallas amarillas complementarias y caminamos por la periferia de la gradería, viendo a las personas correr por pasillos tratando de encontrar la entrada correcta a la duela para tomar sus asientos (no obstante habernos presentado dos horas previas al juego).

Caminamos mi compañera y yo por los puestos de alimentos locales y por las franquicias (entiéndase McDonald’s, California Pizza Kitchen) en sus designados pabellones de comida. Proseguimos mientras los trabajadores nos hablaban a palabras y señas, tratando de vendernos la camiseta oficial de los Lakers, la taza para café oficial de los Lakers, la sudadera oficial del equipo, la toalla de playa oficial con la imagen de los 16 campeonatos ganados por la franquicia (no importa que 6 de dichos 16 fueron ganados cuando eran los Lakers de Minneapolis, la ciudad de los mil lagos, de ahí el nombre del equipo), el calendario oficial de los Lakers o de las Laker Girls y membresías del periódico Los Angeles Times.

Con nachos, palomitas sin fondo del Staples Center, cervezas y toallas en mano tomamos nuestros lugares en la sección 209 y observamos el calentamiento de los miembros de ambas bancas.

La antes mencionada conductora anunció que era Noche Latina, y cada vez que el logotipo de Noche Latina apareciera en pantallas debíamos ondear nuestras toallas amarillas al aire, los gritos de aliento y ululaciones son opcionales. Eso nos dijo.

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Dos bailables, tres videos sobre la organización Lakers en el Sur de California y un video montaje de todos y cada uno de los jugadores del equipo local previniendo los castigos a los que los aficionados pueden enfrentarse por arrojar objetos a la duela o proferir obscenidades (que en realidad, llegan más de la cancha hacia las gradas… recordemos que acá todavía no se populariza el mexicano y futbolero grito de “Ehhhhhh… ¡uuuuutoooo!”) y, por fin, los equipos tomaron la duela… bueno, se formaron en líneas paralelas para escuchar el himno nacional de los Estados Unidos y para presentar otro video más, pero este mostraba los puntos altos de la carrera de 20 años de Kobe Bryant, así que nadie tenía permitido quejarse.

Entonces, por fin, 23 minutos después de la hora anunciada de inicio. Bola de dos y comienza el juego.

Lo que resulta sorprendente, digo, además de los hombres que rebasan los dos metros de altura corriendo de un lado a otro y arremetiendo el esférico con violencia contra las canastas, es lo rápido que transpira un partido en vivo.

Cuando menos lo esperábamos se silbó el final del primer cuarto y los Lakers ya perdían. Debemos recordar que ésta es una temporada “perdida” para el equipo local, así que cualquier reflejo del marcador no es un piropo al equipo de Nueva York. Era un duelo de “¿quién es menos malo?”.

El segundo cuarto pasó de manera más lenta, puesto que ambos entrenadores decidieron utilizar algunos de sus tiempos fuera, lo que permitió a las Laker Girls desempolvar los zapatos de baile en un par de ocasiones y a la fanaticada ondear las toallas amarillas de Noche Latina.

Durante el medio tiempo, un bailable de un grupo folclórico de charrería presentó una oportunidad inmejorable para visitar los inodoros, lugar donde más de un hombre en espera de los urinales hablaba por su celular, casi al unísono, con la esposa/novia/pareja lamentando el marcador con déficit para los Lakers, pero loando el buen juego de Kobe (yeah we’s losing, but Kobe playing great he got one 3). Me supongo que tal consolación no lleva el mismo peso en todos los hogares, ya que dos o tres varones prosiguieron diciendo, con voz aguardentosa pero sin encubrir el tono de “cola entre las patas”, que sí, uno de estos juegos traería al hijo o hija a un partido (yeah I guess I can bring her to a game sometime).

La segunda mitad del partido transcurrió de manera más lenta. Hubo más bailables, un joven tomó la duela junto con la conductora de la noche en un concurso de tiro de media cancha/tiro de tres (que el pobre perdió deplorablemente como si hubiese sido yo el tirador), anunciaron a un grupo de niños/adolescentes que recibieron boletos gratis por ser los mejores de las escuelas publicas en el distrito del Sur Centro de Los Angeles (se encontraban peligrosamente cerca del techo del gimnasio), Kobe anotó otro tiro de 3 y más video montajes recordando la carrera de la Mamba Negra.

Cerrando el último cuarto de juego el marcador pasó de ser abultado en favor de los Knicks, a un juego cerrado y luego a estar a favor de los Lakers. Este tipo de peripecias matemáticas son usuales para alguien que observa los juegos de los Knickerbockers, aunque sea de manera casual. Sin embargo, no puedo evitar admitir un sentimiento de aprehensión mientras los últimos minutos de juego se extinguían del reloj.

Mi esposa y las personas a mi alrededor, todos apoyando a los locales, gritaban y ondeaban sus toallas amarillas y la famosa Kiss Cam (que enfoca a las parejas en las gradas para que éstas se besen mientras están en cámara) por fin hizo su aparición, mientras los Knicks tomaban tiempo fuera tras tiempo fuera tratando de alcanzar a los de casa, mismos a quienes ellos permitieron escapar.

Entonces, y sin nadie esperarlo o imaginarlo, con el juego empatado a 87, José Calderón, jugador cuyo nombre no había escuchado antes en mi vida, apuñaló el corazón colectivo del Staples Center con un tiro de tres que puso a los Knicks adelante y dejo 0.2 segundos en el reloj de juego.

Hubo un silencio abismal mientras se pedía un tiempo fuera a favor de los locales y tanto propios como contrarios trataban de entender lo que acababa de suceder. Escuché a uno de los contados fanáticos de los Knicks, quien se encontraba a una distancia cercana detrás de mí, preguntar si en verdad había anotado el equipo (did we really just score?).

¿Y quién puede juzgarlo por tal incredulidad? Hay que recordar que la última vez que ganaron un campeonato fue en 1973… y jugaba Phil Jackson. Sí, el entrenador.

Con las décimas de segundo restantes, los Lakers intentaron intentar un intento de jugada que terminó con el señor Bryant saltando sobre la fila de aficionados contiguos a la banca de los Knicks. Game over.

Todo había terminado y para el sentir de los más de diez mil asistentes, el equipo local había sido derrotado: el último partido de Kobe contra los Knicks en el Staples Center quedaría en los anales de la historia como una derrota.

Y por más que los aficionados abucheen y arrojen sus toallas amarillas al olvido por la impotencia y frustración de una franquicia que no quiere ganar en el presente y no puede soltarse de su pasado, a final de cuentas ninguno de los “culpables” perderá el sueño por el resultado obtenido esa tarde/noche.

Es cómo resumió mi esposa después del juego: “no les pagan para jugar, les pagan por el espectáculo”.

Ellos ya cumplieron.

Y nosotros también.

 

 

El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.


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