Luces y sombras: Uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo…

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Por: Armando Zamora
Armando ZamoraUno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer a un tipo que un día le robaron la cartera, el reloj y el celular a medio día, justo en el crucero de la Juárez y Boulevard Luis Donaldo Colosio, en pleno centro de Hermosillo, frente a decenas de personas, mismas que no hicieron el mínimo intento por ayudarlo. Claro, ¿quién iba a querer ayudar a una persona desconocida a quien lo tenían encañonado con sendas pistolas un par de individuos de esos que no dejan entrar ni a la iglesia ni a la cantina?

Mi vecino, el que tiene un amigo que dice que conoce al tipo que fue robado vil y obscenamente a plena luz del día, frente a otros tipos que son conocidos de algún amigo de alguien que vive en la calle que metafóricamente habita Joan Manuel Serrat, me dijo también que aquel individuo era un hombre como cualquiera: ignorado, desorientado, contaminado como cualquiera, aburrido, desconocido y poco atrevido donde lo hubiera. Y dicen que se asustó de tal modo que creyó alcanzar las estrellas, que se sonrió con razón como lo hacen los bobos sin ellas. Y después tuvo un ataque de histeria que, al parecer, desencadenó en diabetes. Así nomás, sin tanto abdomen ni tanto terror gratuito producto de la mercadotecnia de la presunta medicina preventiva que nos hace el favor de quitarnos el sueño al primer resfriado.

Y ahora, dice el que vive en mi calle, refiriéndose al tipo que le birlaron la cartera, el reloj, el celular, la tranquilidad y la fe en la humanidad, ya no quiere ni asomarse a la calle, no vaya a ser que los rateros aquellos se topen con él, y ya con la membresía de oro en las estadísticas que hablan de la delincuencia local, le vuelvan a bajar con lo que traiga: el dinero, la vida o la dignidad, lo que caiga primero.

asalto

Digo, qué triste es leer en las noticias o que uno de mi calle venga y me diga que la delincuencia no baja, que los índices de criminalidad se mantienen como si fueran un motivo de orgullo de los sonorenses en general, y de los hermosillenses, en particular, y que casi casi puede competir por ser el nuevo slogan de nuestra ciudad: “Si usted viene a Hermosillo y no bajan la cartera y el celular, haga de cuenta que no vino”, porque los rateros prácticamente se hablan de tú con el Cerro de la Campana, las coyotas y el equipo de Los Naranjeros.

Y es que en Hermosillo los ladrones son casi como dios: tienen una omnipresencia que los equipara con el hongo Armillaria Ostoyae, también conocido como la “seta de miel”, que en el Bosque Nacional de Malheur, en las Blue Mountains del este de Oregón, cubre una superficie de más de 890 hectáreas. O sea, los terratenientes de la Costa de Hermosillo son buquis miones junto al Armillaria.

Es tal la presencia y la desfachatez de los rateros hermosillenses; es decir, nuestros rateros, que en una osada aventura criminal propia de la army gringa, hasta le robaron la guitarra al anterior alcalde, y la prensa vendida de ese tiempo, que es diferente a la de estos días, ciertamente, no sabían qué hacer: si juntar una feria y comprarle otra lira al munícipe o investigar quién fue el osado ladrón que le multiplicó por cero la guitarra al presimuni, dar con él (con el ratero, no con el relevado jefe de gobierno municipal, eh) y convencerlo de que le regresara el instrumento de cuerda a nuestro corregidor, con la sutil pero pertinente observación de que se la devolviera afinada en La, porque tampoco hay que hacer que la autoridad local pierda tiempo en afinar la guitarra: “Haz que suene esa lira mi hermano, trovador de cantina en cantina…”

Como sea, entre el tipo al que le robaron la cartera, el reloj y el celular, además de la tranquilidad personal y familiar, y el alcalde hermosillense, a quien, vía intermediario, le robaron la guitarra (una guitarra, mejor dicho) hay mucha, pero mucha diferencia: uno todavía está batallando para conseguir un nuevo reloj, otro celular y cuando menos un triste monedero, aunque sea vacío, y del alcalde pues mejor ni hablamos.

Pues sí: como les decía, uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer a un tipo que un día le robaron la cartera, el reloj y el celular, y me subrayó que lo que ya no podrá recuperar nunca es la tranquilidad y la confianza en las autoridades ni en las demás personas. Y tendrá razón.

perro-desconfiado

No vamos a inventar nada, pues: en el mundo, en nuestro país, en nuestro estado y en nuestra ciudad, indudablemente la delincuencia e inseguridad ciudadana ocupan los primeros lugares en el ranking de los principales problemas que aquejan a la sociedad. Y aunados a la corrupción y la impunidad, aspectos hermanados a los anteriores, crean un caldo de cultivo que mantiene en constante ebullición las relaciones interpersonales en los colectivos; inclusive, entre los mismos colectivos que integran una comunidad.

No puede decirse, aunque ya se haya dicho, que esto sea mera percepción ciudadana producto de la agenda setting establecida por los medios, en confabulación con los gobiernos, sino que es una realidad que nos rebasa, y ante ello no es conveniente abrir la puerta fácil de las explicaciones epidérmicas para echarle la culpa de todo lo negativo a los funcionarios que ya no están, con o sin guitarra, porque este fenómeno no apareció por generación espontánea hace tres, seis o diez años: es un mal que nos aqueja desde hace varias décadas. Para decirlo en términos de mi amá: desde que yo era un mocoso. Y ya hace mucho de eso. Al menos 50 años.

Los especialistas han señalado que el tema de la delincuencia es un asunto tan amplio y con factores tan diversos que resulta imposible efectuar un análisis cerrado sin considerar los ámbitos que la rodean: sostienen que aunque no se puede efectuar una medición objetiva respecto al nivel de delincuencia que se vive en un lugar dado, sí existen instrumentos que pueden entregar una idea o aproximación de la realidad.

Y nuestra realidad es que ante la creciente ola delictiva, los ciudadanos han decidido tomar cartas en el asunto, organizarse y defenderse de los embates de los delincuentes en sus colonias. Lástima que al tipo que un día le robaron la cartera, el reloj y el celular a medio día, justo en el crucero de la Juárez y Boulevard Luis Donaldo Colosio, en pleno centro de Hermosillo, andaba fuera de su jurisdicción barrial. Si no hubiera sido así, quizá los rateros anduvieran con unos dientes menos, por lo menos.

Y es que en Hermosillo ya se han registrado casos de arrestos civiles que se han mantenido en el borde de la cordura, aunque habrá que ver que esos límites han llegado precisamente a sus límites.

Hay sectores de la ciudad que se han organizado para mantener a raya a los malhechores; de hecho, las autoridades ya han precisado que en el norponiente es donde hay más grupos vecinales de defensa contra la delincuencia, y todo esto es fruto del hartazgo ciudadano ante la ineficiencia de las corporaciones policiacas y el rechazo a las promesas de los políticos, que han ido perdiendo la confianza popular.

Más rápido que inmediatamente, las autoridades han pedido evitar este tipo de organizaciones y su accionar contra los delincuentes, pero en la historia reciente de la humanidad no hay casos documentados de que alguien, invocando a un sociólogo renombrado o a alguna teoría contra la violencia, haya detenido un acto vandálico en proceso: “¡Alto en nombre de Lewis Alfred Coser y su teoría del papel funcional de la violencia en la sociedad!”

No. El ser humano, por naturaleza, defenderá lo suyo, siempre y cuando no le pongan sendas y pavorosas pistolas en la nariz. Hay líneas que no deben cruzarse, por más que uno quiera. Y si las corporaciones policiacas no quieren que la ciudadanía intervenga contra los malhechores, entonces que hagan bien su trabajo. No hay que echarle la culpa a fuerzas oscuras. Ni que viviéramos en un set de Star Wars.

Por lo pronto, dicen que si vinieran Joan Sebastian –cosa improbable, considerando que ya no respira en esta dimensión– y Alberto Vázquez a intentar cantar la rolita “Maracas” a nuestro former munícipe, iban a tener que cambiar el estribillo aquel de “Llevamos juntos serenata, juntos hasta el balcón aquél: tú la guitarra y yo maracas…”, y nomás dejarán las maracas porque caita guitarra, tutuli. Así de grave estaba antes la delincuencia y sigue estando ahora, que ya hasta puede provocar que cambiemos la letra de las canciones. Y eso no se vale, amigos.

 

 

Armando Zamora. Periodista, músico, editor y poeta.
Tiene más de 16 libros publicados, 12 de ellos de poesía. Ha obtenido más de 35 premios literarios a nivel local, estatal y nacional. Ha ganado el Premio Estatal de Periodismo en dos ocasiones.  Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora (FECAS). Una calle de Hermosillo lleva su nombre.


– PUBLICIDAD –ISC Radio


Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *