La Perinola: La pedagogía del poder

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Por Álex Ramírez-Arballo
Álex Ramírez-Arballo
Empezaré por decir lo obvio porque en estos tiempos aciagos que vivimos ser tautológico no resulta ser del todo una estupidez: somos seres gregarios y vimos en comunidad. Con esto quiero decir que no es posible desvincular de los demás, con quienes compartimos el escenario del mundo, nuestras necesidades y deseos. El oscuro advenimiento de la pandemia ha puesto en evidencia que esta verdad, validada siglo tras siglo por el paso de la historia, sigue siendo ignorada por un amplio sector de la población, incapacitado para el sacrificio natural que debe asumir una sociedad en tiempos de crisis profunda. No son pocas las personas que insisten en imponer sus caprichos por encima de las disposiciones que las autoridades, guiadas por el consejo de los científicos enterados en la materia, han determinado. En muchos países se ha visto una y otra vez el mismo patrón, el llamado de los gobernantes para acatar ciertas disposiciones y la reacción de repulsa y desdén de quienes pretenden ejercer un individualismo a rajatabla. El número de muertos e infectados crece sin que esto parezca conmover a quienes siguen empecinados en pasar por el mundo sin la más mínima consideración por nada que no sea su voluntarismo ciego.

Si hay algo que encarna como nada este desdén soberbio es el asunto de los cubrebocas o mascarillas. Lejos de ser un fenómeno local atribuido a condiciones culturales puntuales, los enemigos de este sencillo (y efectivísimo) método de barrera aparecen por las cuatro esquinas de nuestro hermoso mundo, vociferando y amenazando a quienes pretendan restringir su “libertad”. Poco parece importarles su propia seguridad y la de los demás porque son incapaces de desliarse de los mecanismos caprichosos de su pensamiento concéntrico. Son como niños convencidos de que la realidad está ahí para cumplir cada uno de sus deseos.

Por cuestiones laborales he tenido que estar en contacto con no menos de 30 personas enfermas de Covid, y el contacto ha sido próximo y en espacio cerrado. Como es natural, yo utilizo siempre el cubrebocas y ellos también lo han hecho. Durante todo este tiempo no me he contagiado (me he realizado múltiples pruebas periódicas) y espero que el asunto continúe así hasta que tenga la oportunidad de acceder a la vacuna. No hay brujería en esto. No han sido las potentes oraciones de mi madre o ningún amuleto lo que me ha preservado del contagio, ha sido un simple trozo de tela. Han sido sobre todo el cuidado, la disciplina y la conciencia quienes han sostenido mi salud en medio del vendaval pandémico. Ningún método de barrera es cien por ciento seguro, también hay que decirlo, pero son sumamente efectivos y por el momento es todo lo que hay.

La rebelión de los remisos es trágica porque ocasiona muertes que muy bien se podrían evitar, pero el caso de México, como ha sucedido también en Brasil y en los Estados Unidos durante la administración anterior, es particularmente doloroso y trágico. El gobernante en turno abdica de sus responsabilidades pedagógicas y se suma a la banda de necios insensibles, negándose a cumplir lo establecido por la ciencia y por el más elemental sentido común. López Obrador, como antes Trump y Bolsonaro, desdeña el uso de la mascarilla y se planta en desafío porque en su fuero interno supone no hay más verdad que la suya. Hará, pues, lo que se salga de los “purititos destos”, sin importarle en modo alguno el daño que esto ocasiona, en su caso elevado a la enésima potencia porque su presencia es ejemplarizante y modélica; miles de sus seguidores más conspicuos lo tienen como referencia vital, así que reproducirán en su orden inmediato y doméstico las chifladuras del presidente. López Obrador pareciera no entender las consecuencias del poder que ahora mismo tiene en sus manos, pareciera ser incapaz de preocuparse por algo más que no sea él mismo y sus intereses; sin embargo, en sus homilías diarias invoca un día sí y otro también un supuesto humanismo cristiano. No sé cómo estas creencias podrían ser compatibles con su incapacidad de mostrar un mínimo de empatía por su pueblo, que ahora mismo atraviesa una de las horas más oscuras de su historia. Un líder, esto parece convenientemente ignorarlo el presidente, es ante todo un servidor, o debería serlo (Mateo 20:27-28).

 

Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com


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