Urantia: Interferencias

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Miguel Manríquez Durán
Miguel Manríquez1: Nada proviene del vacío. Ni siquiera el poema. Hasta donde entiendo el mundo, no es sólo simplificación y disyunción, también es un haz de interferencias. Todas las palabras y las voces tanto pasadas como futuras y presentes se interfieren entre si. Lo sabemos bien gracias a la física: un fenómeno en donde dos o más ondas se superponen para configurar una onda más compleja de mayor magnitud. Además, por si fuera poco, es real. Más allá de esta idea, está la acción y efecto de determinar un proceso. En sus raíces inglesas, esta palabra tiene el sentido de obstrucción o intromisión que alterará el resultado.

También sabemos que vivimos en el acto del discurso y el silencio. El mundo todo cabe en el sistema axiomático cerrado que es el lenguaje, más bien, en símbolos que forman palabras. Interpretado o no, el mundo es experiencia y percepción. Como cualquier otro territorio, la poesía se enreda con otras realidades para ser solamente lenguaje. Sea experiencia, percepción, acción o circunstancia interfieren con el poema.

En su libro Interferencias la poeta española María de los Ángeles Pérez lo deja más claro: “Limadura, fracción con que el lenguaje/ despedaza la piedra en sus dos sílabas/ como vocablo hendido y estilete/ que afila la humildad de la derrota/ para ofrecer la dádiva del miedo,/ la floración solar del sacrificio”. Deja intercaladas palabras que no son suyas, poemas de otros textos de tal manera que su poesía es compleja. Inclusive suma experiencias que no son las suyas. Las interferencias no son otra cosa más que la memoria recordando mucho y, al mismo tiempo, agrega otras memorias y es aquí donde ficción y verdad se confunde: “Sería como la autoficción: uno se inventa a sí mismo, aunque todo el mundo se inventa a sí mismo”, dice María la poeta.

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2: Mucho antes de mi renuncia a la academia, Pierre Lassave me mostró el camino para transitar entre ciencia y literatura por medio de concurrencias, complementariedades e interferencias. A fin de cuentas se trataba de “el combate entre lo justo (preciso) y la gracia”: Michelet, dixit. Aprendí entonces que todo cabe en todo. Así, sin mayor explicación y más allá de nuestra intención: “La poesía no hace/ que algo suceda, dijo W. H. Auden./ Spenas sobrevive, dijo./ No dijo por qué. Sobrevive como/ sobrevive la imposibilidad. Es decir, nuestro amor,/ o el bisonte que hace cruces en la arena/ olvidado de sus dientes de leche./ Es bello eso. Significa que el frío de conocerse/ puede tener otro destino” (Juan Gelman).

Otros lo dicen mejor que yo pero somos interferencias complejas, rizomas impredecibles y diversas magnitudes. “Al poeta que dice que sólo le interesa la poesía, en realidad no le interesa la poesía”, dice David Huerta. Cuando seguí este principio tan básico como profundo, los caminos se abrieron al abandono lírico y a la renuncia a ser comprendido. Entonces el lenguaje propio me es desconocido: soy un extranjero de mi propio idioma y el pensar rizomático mi elemento cotidiano. No tengo nada más que eso para el poema y entonces abdico de ese frío déspota que es el romanticismo para quedarme en la ritualidad y lo pagano.

Baste un ejemplo. Es suficiente escuchar cantar a Cat Power: “Acuérdate de mí/ No olvides nunca mi niño/ todos estamos aquí sólo/ sólo por un rato/ por favor, por favor …. acuérdate de mí”. Para que sin mediar condición alguna escriba apresurado: ‘Dejé atrás el tiempo y la dignidad. Paso los días aprendiendo a caminar despacio y a no ser un extraño en mi propia casa. Hablo con mi sombra mientras escucho madurar las voces aquí adentro: ahora el tiempo es arbusto seco. El mundo es más vertiginoso: paso sin entender el tarot de los días y los destinos: toda fecha está marchita. Sólo recuerdo el brillo de su mirada y sé muy bien que conoce los abismos donde el cuerpo se desmaya (-¿Y si lloro, me dejarás entrar?)”.

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3: Otra interferencia. Este año, escribí, se cumplen 50 años de la fundación de la revista Plural. Transcribo in extenso: “Por casualidad, el poeta Jaime Labastida dio conmigo y, después de conversar un buen rato, me pidió ahí mismo el extenso poema “El Cuerpo”. Tranquilo, leyó la primera cuartilla y dijo: “me lo llevo para la revista”. Tuve en suerte publicar en el número 265 correspondiente a octubre de 1993, ilustrada por José Luis Cuevas. Fundada por Octavio Paz, contiene materiales importantes de la tradición intelectual de la época. Este 2021 se cumple el medio siglo. Siempre agradeceré a Jaime Labastida su confianza y su consejo”.

El rumbo y destino que después siguió El Cuerpo me da a pensar que un poema siempre es botella lanzada al mar en pos de El Lector Perfecto. Entonces, pienso que la búsqueda del poeta es acaso, como dice Paz, el encuentro con un único lector donde el poema es interferencia que cambiará el destino del dicente y el intérprete, el poeta y ese lector único capaz de pensar para si mismo: “Estamos perdidos para siempre./Soy el que está tan lejos de ti/ y sin embargo cercano,/ sediento de tus ojos me ahogo”.

 

Miguel Manríquez Durán. Poeta.

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