Urantia: Furores

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El goce con el gozo siempre vence.
Teognis

Para Ricardo, Alex y Ramón

Miguel Manríquez Durán
Miguel Manríquez1: Es apenas un suspiro. En 1999, se publicó “Abigael Bohórquez: Pasión, cicatriz y relámpago” (Editorial El Independiente), bajo mi autoría. En este ensayo, “vampireado” por tirios y troyanos, se exponen cuatro ideas para entender la poesía del poeta Abigael Bohórquez (1936- 1995). Una de ellas es que la tradición literaria moderna se finca en la reiteración tanto de poetas débiles como poetas fuertes siguiendo a Harold Bloom. Pero, en otro sentido, más cercano a la poesía, refiere a que la tradición literaria no es solamente de orden histórico, sino que es la manera en que los poetas leen a otros poetas. Otra proposición que sostengo a propósito de Bohórquez es que su obra literaria se explica en la pasión. Este también es un eje ordenador de su obra y que nombro pascalianamente como el orden del corazón.

Algunos años después, en otro breve ensayo, “Los furores eternos”, desarrollé la idea de que la “carnalidad “ de su poesía, nacida desde la sexualidad, es ya pasión desplegada que, despojado de sus atributos divinos por amor, el poeta se hace hombre para habitar entre los hombres. La percepción de un hombre que, escindido de su naturaleza humana y divina, ama en la desventura constituye la idea más profunda legada por el cristianismo a la sensibilidad ética y estética occidental.

Pero, ¿cómo comenzó todo?. Todo comenzó cuando la poesía ya no supo que hacer para que la quisieran y, como el amor, se transformó permanentemente por lo que también se dice de muchas maneras. La manifestación de poesía y amor es palingenesia y posesión y, por tanto, formas primarias de conocimiento. Esto ya se sabe desde el Fedro platónico cuando, entre las cuatro formas de posesión, la manía erotiké es posesión suprema que acontece a los hombres: el Eros como ser intermedio y mediador entre inmortales y mortales, es decir, un daimón en tanto genio o demonio que media entre el mundo celeste y el terrestre. Pero el eros también bajó a la tierra como un juguete misterioso, como un diábolo para deleite de los mortales bajo la forma de Iynx (“variegado pájaro delirante”), una ninfa. Más el origen del eros es de naturaleza divina y cósmica primordial como principio unificador y no sólo como estado de la sensibilidad moderna. En la mitología, la aparición de un mundo sensible a partir de lo ininteligible refiere a un primer orden cósmico primitivo en el que Eros también es creador del Universo.

Con lo hasta aquí dicho, podemos pensar entonces que Abigael Bohórquez es un sonámbulo moderno que, abrevando de la tradición, es poseído por la manía erótica que le confiere una condición de erastés a su persona y su palabra. Aquí está la raigambre de la hibridez de su poesía. Su verso es híbrido y allí radica su poder.

Como bien se sabe, en sus orígenes, la hybris es un pecado imperdonable que consiste en el deseo de violentar, en un exceso de soberbia e insolencia, el orden establecido por los dioses: el deseo de traspasar la frontera que separa lo humano de lo divino. La subversión de Bohórquez se explica porque traspasa ese orden con su palabra erótica, heredada desde las más antiguas tradiciones poéticas del deseo. No sólo leyó a los Contemporáneos y a la Generación del 27, también abrevó de la picaresca, el barroco y el romanticismo, el petrarquismo y los clásicos griegos y latinos.

Separador - La Chicharra

2: Todos coincidimos con el erotismo en la obra de Abigael. Es un poeta delirante cuyos síntomas presentes en sus versos -lo sabemos bien-  son ceguera hiriente, padecimiento y éxtasis cercano a la muerte, vocerío silencioso, sudor impúdico, obscenos estremecimientos, acaloramiento y frío libertino. El diagnóstico es claro: su padecimiento es una lysimeles (“que desmaya el cuerpo”) que es una enfermedad también sufrida, entre otros, por Meleagro (Gádara, c. S II a. C.) cuando entonaba sus paraclausithyron (canto ante la puerta cerrada del amado).

También en esta tradición de poesía erótica homosexual, hay escolios áticos anónimos que, recitados en los banquetes atenienses (s. VI y V), eran el prólogo para lo que en verdad sucedía en esos banquetes: eran los lugares privilegiados para el inicio y cultivo de las relaciones homosexuales masculinas ’Bebe conmigo, pasa/ tu juventud conmigo,/ ama conmigo, ponte/ conmigo las guirnaldas,/ vuélvete loco cuando yo esté loco,/ cuando yo sea sensato sé sensato. “(Camarada)”.

La poesía erótica de Bohórquez abreva de la tradición clásica de poetas “fuertes” que le influyen y que recrea. Algunos como el bardo que tiene, como decía Eurípides, “el orgullo de ser derrotado por Eros”: Anacreonte (Teos, Asia Menor, 572- 485) que, nombrado oficialmente como maestro de placeres, incita con ironía elegante y ligera melancolía. A este poeta se le preguntó por qué componía poemas para jóvenes y no himnos a los dioses, y se dice que respondió: “Porque ellos son mis dioses”. Un botón de muestra: “Jovencito que tienes una mirada virgen/ trato de conseguirte pero tú no me escuchas./Y es que no eres consciente/ de que en tus manos/ llevas las riendas de mi alma”.

La originalidad de Abigael radica en la reescritura contemporánea con un lenguaje personal muy poderoso una poesía erótica que es tradición y carnalidad, diálogo y reflexión, violencia estética y modernidad. Su voz poética es palingenésica caja de resonancia y, al mismo tiempo, venero y transformación para ser Naturaleza.

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3: No olvido que una vez conversamos durante diez horas. En algún momento, le mencioné al poeta Aretino perteneciente a una tradición literaria secreta, heredera de Petrarca y Bembo. Abigael no lo conocía. Me pidió que le tradujera algo de su obra. Pocos meses después le hice llegar una versión de “Sonetti lussuriosi” (Sonetos lujuriosos, 1525): “Es festivo y desvergonzado pero yo soy peor”, me dijo un risueño Abigael después de un tiempo. Tengo la certeza de que hubo un diálogo ingenioso y profundo entre el caborquense y el italiano. Después de todo, Pietro Aretino (1492- 1556), “El Divino”, como Abigael, fue poeta exiliado y dramaturgo perseguido.

Sus historias se interfieren. Uno en el Quattrocento florentino y el otro, satírico y lascivo, en la modernidad sonorense. Ambos en ruptura con las normas establecidas de sociedades decadentes, la desaprobación moral social ante sus denuncias, renuncias y retos a las buenas conciencias. Los diez y seis sonetos del Aretino, “el azote de los príncipes’, están acompañados de ilustraciones explícitas de Marco Antonio Raimondi. En una versión de los sonetos, Luis Antonio de Villena dice: “los Sonetti lussuriosi son un divertimento, un ludus erótico, una celebración de la lujuria y del sexo que quiere ser aproblemático y gozoso”.

Otra interferencia está en una carta de Aretino que bien pudo haber escrito Bohórquez: “Su mensaje indecente (el de los Sonetos) lo dedico a todos los hipócritas, porque ya estoy harto de su vil censura o de esa villana costumbre de cerrar los ojos ante lo que se complacerían en ver. ¿Qué daño puede haber en contemplar un hombre poseyendo a una mujer?¿O hay animales con más libertad que nosotros?”.

Como sea, es Meleagro quien dice el epitafio perfecto para Abigael: “Si algo me sucediera, Cleóbulo/-no es improbable: yazgo derribado en la hoguera de un joven- /mis últimas cenizas, te suplico,/ embriágalas con vino antes de sepultarlas/ y pon sobre la urna esta inscripción:/Ofrenda de amor a los infiernos”.




Miguel Manríquez Durán. Poeta.


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Un comentario en "Urantia: Furores"

  • el 29 noviembre, 2020 a las 4:45 pm
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    Leí un libro de poesía de Abigail Bohórquez. Y si, así recuerdo su poesía, como tú la describes.

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