sábado, abril 20, 2024
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La Perinola: Ardiente impaciencia

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Por Álex Ramírez-Arballo
Álex Ramírez-Arballo
Labor Omnia Vincit
Tengo la sensación de que la paciencia, una de las grandes virtudes de la persona, es hoy más despreciada que nunca. Esto me horroriza porque las consecuencias de este despiste afectan prácticamente todas las áreas de la vida humana; sin la capacidad de persistir durante un largo periodo en la búsqueda de una habilidad o un carácter determinados, los seres humanos corremos el riesgo de convertir la mediocridad en un ideal. No es necesario ser un genio para darse cuenta de que todo esto es funesto, y lo es en gran medida porque se ha creado, tal es mi parecer, un consenso mayoritario en torno a ello. En otras palabras, pocos o muy pocos se atreven a reconocer hoy en día que el desarrollo profesional y vital tiene como su principal raíz una paciencia a prueba de cantos de sirena; no se consigue alcanzar la maestría sin que la persona se dedique durante años o décadas a un trabajo tan obstinado como irrenunciable; otro rasgo epocal importante: se promueve hoy masivamente el ideal de la acción solitaria, renunciando con ello al necesario impulso y la sabiduría decantada de la tradición; nada tan tautológico y tan nocivo como el estúpido: “sé tú mismo”. Quien no acepta su pertenencia a una comunidad de saberes se está engañando a sí mismo y, lo más triste, está condenándose a una incurable superficialidad.

Entiendo que una de las causas de esta confusión radica en gran medida a la reciente revolución en los mecanismos de representación personal. Me explico:

El desarrollo de las nuevas tecnologías de información y de comunicación ha generado un ambiente de excitación mucho más que justificado: nunca en la historia de la humanidad había existido una plataforma común en la que distribuir y consumir contenidos significativos hubiera alcanzado esta cumbre de posibilidades. Sin embargo, este portento ampliamente extendido y accesible encierra su lado oscuro, uno que resulta evidente para quienes como yo hemos forjado una carrera en la academia: los contenidos no son filtrados por ninguna autoridad canónica, lo que los vuelve altamente peligrosos; por increíble que parezca, este carácter “rebelde” les confiere, además, cierto atractivo: es como si el desprecio a la autoridad fuera un ethos actualizado, una simulación bandoleril y ramplona a la que se aferran quienes pretenden justificar a toda costa algo tan pedestre como la pereza. No son pocos los que piensan que el futuro pasa por decir y hacer lo que se les pegue la gana, como si la libertad no implicara un contrapeso ético necesario: la responsabilidad. Hijos de la modernidad, los neo prometeos de la semiosfera virtual se rinden culto a sí mismos, labrando concienzudamente una imagen emancipada y alternativa, es decir, ocurrente, sobre la que montan los mecanismos de su estafa intelectual.

Y no estoy hablando de influencers o de gente semejante, cuyo rango de acción es limitado y deleznable, sino de personas y grupos mucho más acreditados; se trata incluso de instituciones que consiguen ganar seguidores rápidamente bajo la promesa de un camino más corto al saber y el triunfo personal. Arrojan sus redes entre gente indisciplinada que aspira a encontrar una ruta sin obstáculos hacia ese sueño que acarician noche a noche en la intimidad de sus pensamientos desordenados; son forjadores de ilusiones de bajo costo que se promocionan online y que consiguen saciar un apetito humano tan legítimo como necesario: la evolución y el crecimiento personal. Un ejemplo de esto que digo es el de las famosas charlas Ted Talks, una marca registrada dedicada al entretenimiento y que difunde de manera virtual una serie de monólogos de supuestos expertos en todo lo humano y lo divino; yo mismo he sido alguna vez “consumidor” de dichos materiales audiovisuales, pero jamás he supuesto en todo aquello algo más allá que un performance en todo equiparable al del mago, el cantante o el comediante: uno puede escuchar —sin culpas— a cualquiera de estos ponentes con la deliciosa naturalidad con que se lee una novelita negra en el retrete; es decir, sabemos que el conocimiento y las ideas que valen la pena ser compartidas se encuentran siempre en otra parte y que requieren un esfuerzo de comprensión colosal: el camino que lleva a la sabiduría requiere de más de veinte minutos para ser recorrido. Por cierto, y a propósito de ideas, recuerdo ahora al escritor Ricardo Piglia: en su famosa novela Plata quemada, el argentino hace decir a uno de sus personajes que “la gente confunde ideas con ocurrencias”; luego expresa algo que a todas luces es un buen chiste: “Heidegger solo tuvo una (idea); Wittgenstein, dos”. Por lo visto, las ideas son más raras que los eclipses totales, mientras que las simples ocurrencias parecen sostener este tinglado que llamamos la realidad.

Yo emprendo, tú emprendes
El término emprendimiento es una especie de paraguas conceptual bajo el que se cobijan, torpemente, a mi juicio, algunas actividades que anteriormente se realizaban al amparo de instituciones formales, es decir, tradicionales. ¿Qué es el emprendimiento? Tendríamos que empezar por delinear a sus agentes, los emprendedores. Los emprendedores son empresarios a pequeña escala; son esquivos, dispersos, ubicuos y conforman guerrillas de acción mercantil de ciclos cortos con muchas posibilidades de fracaso, aunque con escasos riesgos. Entusiasman, sobre todo a los más jóvenes, por lo que ya he expresado antes: el aire de insumisión bucanera que no poseyeron nunca —al menos en cuanto a potencia icónica— sus abuelos: los empresarios. El emprendimiento es, pues, una forma de vida, una auténtica Weltanschauung que se ha potenciado grandemente a partir de la gran crisis financiera del 2008 y sus perdurables secuelas económicas, sobre todo en materia de desempleo y subempleo. Esta diseminación ha conseguido penetrar estamentos que tradicionalmente formaban parte de las estructuras tradicionales de generación y protección de la cultura y la acción ciudadana, como la universidad y los partidos políticos.

 

Emprendimiento cultural
Pienso ahora que este modelo económico ha sido asumido, por ejemplo, por promotores culturales que aplican el instrumental bussines like y adoptan la terminología propia del gremio: branding, marketing, eficiencia, nicho, start up, elevator pitch, crowdfunding, etc.; subsumen su trabajo a un imperativo categórico: el lucro. Es decir, dirigen su esfuerzo a la activación de ciclos productivos que tienden, debido a la naturaleza misma del capitalismo, a la aceleración; esto se observa no solo en la promoción de la cultura, sino también en la propia elaboración de obras artísticas: los creadores están obligados a mantener el ritmo que les impone un sistema ante el que (por ambición o por necesidad) se han sometido y, en consecuencia, se ven obligados a la copiosa realización de sus “productos culturales”, como les llaman hoy, con justa razón, los marxistas. La premura que impone el negocio es totalmente incompatible con el tiempo natural del arte, que ha sido desde siempre, y a despecho de los racionalismos materialistas, un misterio: no se puede, pues, servir a dos amos, como bien nos anuncia el Evangelio.

Esta nueva estirpe de emprendedores culturales funda parcelas vistosísimas en la geografía virtual. Crean una marca y la defienden promocionándola a través de revistas electrónicas o en versión offline, congresos, encuentros, conversatorios (en mi tiempo les decían “pláticas”) y festivales que me resultan indistinguibles de las reuniones que concitan las élites empresariales de toda la vida; no es extraño que sea así, este es precisamente el prototipo que consciente o inconscientemente persiguen: el escritor se ha despojado de sus melenas indómitas y ha adoptado con absoluta naturalidad el perfumado saco del burgués. Ya no sueñan, ahora aspiran.

 

Periodismo 3.0
El mundo del periodismo no es ajeno a esta impregnación empresarial-emprendedora. No tengo espacio aquí para abordar el asunto, pero baste corroborar —sin evitar la risa— el apetito desesperado que los periodistas demuestran hoy en día, ansiosos por adquirir visibilidad protagónica, el santo grial de los bisnes de la red de redes. No quieren lectores, quieren seguidores; no les interesa el discernimiento de los hechos, lo que persiguen es la polémica. Se han liberado de los grilletes del corporativismo, es verdad, pero han sido incapaces de evadir las trampas de un demonio aun más fiero e íntimo: la soberbia.

 

Profes on demand
Mi propio gremio ha sucumbido también al avance de los impacientes emprendedores. El modelo mercantil se ha apropiado a escala global de las universidades, transformando a los académicos en dependientes y a los alumnos en clientes; quienes han pagado los platos rotos, por lógicas razones utilitarias, son las humanidades, que “no aportan nada” y que son absolutamente imprescindibles en el esquema de operatividad del modelo ultraliberal. Los recortes presupuestarios son asunto de todos los días, así como la reducción de beneficios laborales y la frivolización famélica de las curriculas; tratándose de sobrevivir, todos nos ponemos muy creativos: menos filosofía y más humanidades digitales, por favor. Todo esto por no mencionar a las universidades for-profit, a las que al menos hay que agradecer que en el nombre no escondan la intención. ¿Necesita o quiere que le llamen doctor? No se preocupe, caballero, en unos cuantos meses se lo solucionamos. Listo.

 

Hiperactivistas
A caballo entre el detective en apuros y el caudillo latinoamericano, ha aparecido una nueva raza de actantes políticos: el activista virtual. Como el antes mencionado periodista de nueva hornada, se aterra ante la posibilidad de ser ignorado; juega siempre con los dados cargados: sabe que nadie en su sano juicio podría criticar a quien está dispuesto a dar la cara por los oprimidos. Ejerce un liderazgo a distancia y es coyuntural: aparece siempre cuando más se le necesita, y viene acompañado de su arsenal de memes y slogans de ocasión, los que distribuye a la par que algunos videos que nos entrega con la advertencia de visualizarlos muy rápidamente porque los dueños del mundo se han dado a la tarea de borrarlos para mermar el ánimo de la resistencia. Sus pecados son la frivolidad, la pobreza verbal y la sangrante ignorancia que lo habita y la que, aparentemente, no está dispuesto a enfrentar de ningún modo; hasta cierto punto lo entiendo, eso es muy engorroso: reclama años, muchos años e infinitos riesgos. Es más fácil combatir a los malosos sin tener que pasar por el molesto requisito de pisar la calle.

 

Nuevas bibliotecas de Alejandría
El internet es, pues, causante de la formación de una “cultura de oídas” que genera un doble equívoco: le hace creer a un amplísimo sector de la población que la formación intelectual es un asunto indoloro y, por el otro, troncha la posibilidad de todo pensamiento crítico. Donde no hay un canon, todo es entropía, vértigo y vistosas ingeniosidades, pero poco más. La ubicuidad informativa de la pantalla genera una ilusión bidimensional que entretiene, es verdad, pero que desorienta y mayoritariamente engaña. No son pocos los que ahora mismo se encuentran sacrificando sus vidas sobre el altar de una quimera virtual. Es algo muy trágico. Nadie que quiera efectivamente convertirse en un profesional de su área de estudio debería suponer que todo lo que necesita se encuentra al alcance de un click; sin la disciplina, la persistencia, la interlocución y el acompañamiento de profesores formados arduamente en las tareas intelectuales le será imposible llegar lejos. La impaciencia (la forma más dolorosa de la arrogancia) es el pecado contra el Espíritu, el pecado imperdonable.

No soy ciego y veo que la tendencia es tan global como irrefrenable: una mayor atomización de la oferta, entre la que se cuenta la del saber; en los años por venir seremos testigos de un desmantelamiento incluso más agresivo de las estructuras tradicionales del conocimiento: es un auténtico asalto. Mientras la era languidece, tengo para mí las bibliotecas, a las que entro con el fervor del creyente penetrando las catedrales. Tengo el tiempo que me queda, el repudio de la moda y la devoción humilde por los grandes maestros. Tengo también mis enormes limitaciones, pero procuro no escudarme en ellas, ni esconderlas bajo la alfombra, como si fueran polvo. Mi ignorancia es tan monumental como mi deseo de combatirla. Ahora lo entiendo todo: moriré luchando. Eso me basta.

 

Disclaimer
Bien cabe la posibilidad de que el equivocado sea yo, de que el equivocado siempre haya sido yo. Tal vez, entonces, don Guillermo del Toro tenga razón y este asunto de vivir sea algo mucho más sencillo de lo que yo he creído jamás, tan sencillo como “encabronarte y echarle muchos huevos”. ¡De haberlo sabido antes!




 

Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com


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