jueves, abril 18, 2024
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La Perinola: ¿Quién escribe el poema?

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Por Álex Ramírez-Arballo
Esta es una pregunta que comúnmente le hago a mis alumnos. Casi siempre la respuesta es la misma: “El poeta”. No, no es así. Trato luego de explicarles dónde radica su error, aunque debo reconocer que muchas veces abandono el salón de clases con la sensación de no haber cumplido al cien por ciento con mi cometido.

Estos malentendidos retóricos trascienden el aula y se extienden entre los “saberes” populares. Es muy común que se piense que el poema es una confesión. Yo soy poeta, escribo poemas y los publico donde puedo. Tengo un larguísimo romance con el género y a él le debo no pocas satisfacciones; sin embargo, no se me pasa jamás por la cabeza “abrir mi corazón” en lo que escribo: mis estados de ánimo naturalmente que influyen, pero no aportan absolutamente nada, nada. Si acaso escribo un buen poema (que eso todavía está por verse) eso se debe a las genealogías poéticas que me habitan: donde hay brillantez artística ha ocurrido un buen hurto. No es en el autor donde nace el poema, es en la experiencia literaria del autor donde germinan los versos; ¿por qué es fácil comprender que un científico requiere de una amplia formación profesional para dedicarse a sus oficios, pero ha de suponerse que cualquier hijo de vecino ha de ser poeta por el solo hecho de querer serlo? Es una abierta estupidez que debe ser señalada y ridiculizada para ver si así la gente que tiene tan infelices ocurrencias se calla de una vez y para siempre.

Como todo texto literario, el poema es un artificio; es decir, se trata de una formalización particular del lenguaje que le debe todo, o casi todo, a la tradición literaria. Para que uno sea poeta debe ser antes un lector sistemático y disciplinado, de otra manera se corre el riesgo de escribir muy grandes tonterías; esto es precisamente lo que les suele pasar a los adolescentes enamorados que buscan escribir poemas desde la emotividad y la cursilería propias de su edad. Hay que entender algo, la poesía es una cifra, una clave determinada, un estilo y una serie de recursos que habrán de conocerse, reconocerse y dominarse con base en un ejercicio constante que no ignora -más allá de la soledad atribuida al oficio- la necesidad de la interlocución y la asociación gremial. Todo esto es necesario antes de que el poema exista. La poesía es trabajo constante a lo largo de los años, de muchos años, de muchísimas horas en las que apenas, como les sucede a esos gambusinos de los riachuelos solitarios, se consiguen unas cuantas chispas de noble metal.

No, el poema no lo escribe la persona de carne y hueso, con nombre y apellido y número de identidad nacional. Eso no es así. El poema lo escribe la estética, el sentido radical y último que esta implica y la necesidad de cumplir ciertas formas asumidas como paradigmas de bien hacer lírico por una muy selecta comunidad de sabedores. No comprender esto, o peor aún, negarlo, es el camino más corto entre el voluntarismo escritural y la basura literaria, por más publicada y celebrada que esta sea.

A la poesía le importan muy poco tus emociones: hazte un favor y guárdatelas donde mejor se acomoden. Vuelve a los libros de los grandes, lee siempre y lee otra vez con humildad auténtica, toma nota, aprende un millón de millones de sinónimos, conjugaciones verbales, ritmos, distribuciones acentuales, métricas, tropos literarios; escribe y borra, destruye con ferocidad todo lo que vas creando y asume tu oficio como una maldición sin puertas de salida. Si haces todo esto habrás recuperado el rumbo. Felicidades, ahora estás listo para merecer con dignidad tu fracaso.




 

Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com


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