jueves, abril 18, 2024
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Nos vemos después de la montaña, Margarita.

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Por Karla Valenzuela
Cuando conocí a Margarita Oropeza, yo ya la conocía a través de sus letras. Había devorado ya alguno de sus libros y la leía, por supuesto, ávidamente, todos los domingos en Perfiles, el suplemento dominical que por tantos años fue célebre en El Imparcial.

Por eso, creo que cuando nos vimos, no fue difícil ir forjando una amistad: yo tenía la ventaja de leerla siempre, de seguirla, y ella, tenía la gran misión de guiarme, como alguna vez dijo, porque – además- estaba orgullosa de que hubiera elegido su mismo destino: el de estudiar Letras.

Tampoco fue difícil aprenderle cosas. Ella, como buena maestra, tomaba a cuestas toda la responsabilidad de formar personas que para que pudieran hacer sus encomiendas bien, y nunca claudicaba en conseguirlo.

Ya lo he dicho antes, Margarita me enseñó a editar como se hacía otrora, midiendo con regla, contando los espacios y las letras y no había ningún lugar para la equivocación; también, ella me mostró un camino: el del gran compromiso que es ser leído por mucha gente, el de la sentencia que lleva consigo quien escribe y ya no puede deshacer sus letras.

Y así ella vivía, a sabiendas de ese enorme peso que es la literatura, que es el periodismo, pero también a sabiendas de las muchas satisfacciones que deja dedicarse a escribir y salvaguardar lo que se escribe, lo que se piensa, lo que se dice.

Con esa visión, Margarita defendió siempre la literatura y la libertad de expresión en el periodismo, ya también supo instaurar la perspectiva de la mujer para que se fuera consolidando poco a poco.

Así, Margarita me enseñó que, en sus tiempos y en los míos, debíamos defender el trabajo de las mujeres; me mostró más de un camino a seguir para comprender la literatura escrita por las sonorenses y también por los sonorenses. Me enseñó que el sendero que elegimos, el de la literatura, no es nada fácil, sin embargo resulta divertido, ameno, ferozmente gratificante.

Su literatura es por demás cuidada, entretenida, reflexiva, trasluce siempre su amor a las letras y su entorno.

Su literatura fue sentando precedentes entre los investigadores y fue abriendo posibilidades a cada vez más lectores.

Refiriéndose precisamente a “Después de la Montaña” -cuya reedición ayer presentamos Silvia Manríquez, Rebeca Martínez y una servidora en la Feria del Libro 2019-, ella dijo: “Cuando escribí esta historia no imaginé el mundo de dificultades que significa construir un espacio de vida congruente para un personaje, de tal manera que le diera la oportunidad de desarrollarse como lo hacemos todos los seres humanos en la vida real. Es mi obra que más ha persistido y se ha publicitado sola. Después de ella escribí otras cuatro novelas, una publicada en España”.

Y es así que, a través de las letras, Margarita se fue construyendo y reconstruyendo una y otra vez.

Siempre prolífica, trabajadora, la sonorense encontró en la literatura no sólo una vocación, sino una verdadera forma de felicidad. Quienes la conocimos, sabemos que ella era feliz escribiendo.

Decía párrafos arriba que Margarita Oropeza me enseñó muchas cosas a través de sus letras y también por medio de la convivencia con ella; ella me heredó sus enseñanzas y me heredó en vida a su tan querido Perfiles, del cual yo sería editora más tarde; pero quizás, lo más importante que aprendí de ella es a no permitir que nada ni nadie me haga dudar de mi camino, como ella me lo reiteraba siempre y hasta lo exigía.

Hoy y siempre el mejor homenaje que podemos darle es leerla y difundir su obra. Hagámoslo y recordémosla, porque su contribución a la literatura mexicana es basta y debemos reconocérsela siendo sus más asiduos lectores.




*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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