martes, abril 16, 2024
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Tono y son: Tata Nacho

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Por: Jesús M. Corona M.
Con la presente colaboración, me estoy reintegrando al equipo editorial de La Chicharra, medio en el que había dejado de escribir por motivos ajenos a mi voluntad, y después de un largo receso con mi participación, respondo a las reiteradas invitaciones amablemente hechas por los editores de este órgano informativo.

Reinicio con el rescate de la obra de algunos de los más destacados compositores que yacen olvidados en el arcón del olvido y, por lo mismo, resultan desconocidos para las nuevas generaciones.

Retomo para la ocasión la vida y obra de Tata Nacho, que le dio brillo y prestigio a nivel mundial a la música mexicana a mediados del siglo pasado.

Ignacio Fernández Esperón nació el 14 de febrero de 1894 en Oaxaca, Oaxaca, siendo sus padres Ignacio Fernández Ortigoza y Piedad Esperón. Su padre era médico aficionado a la música y las artes; su madre también era una apasionada de la música y, además, era pianista. Sin embargo, no fue ella quien le enseñó a tocar este instrumento, como cabría suponer, si no Macedonia, una sobrina del destacado compositor Macedonio Alcalá, famoso por la autoría del vals “Dios nunca muere”, considerado como un himno para los oaxaqueños.




En ese tiempo, “Nachito” apenas iniciaba su educación primaria de manera que podemos comentar que al mismo tiempo conocía el alfabeto y el pentagrama musical comenzando a crear sus primeras notas en el teclado blanco y negro. Apenas vivía sus primeros años cuando su familia se trasladó a la Ciudad de México, y eso le permitió ser testigo de las tertulias que organizaba su padre con mucha frecuencia, con artistas de la talla de Amado Nervo, Luis G. Urbina, Ángel del Campo Micrós, Rubén M. Campos y muchos otros apasionados del arte entre poetas, escritores, pintores, actores y, desde luego, músicos. Ignacio, testigo presencial en esas reuniones, se aficionó más a las artes, e intentaba imitar actitudes y conductas de esa gente tan especial. A sus escasos ocho años, improvisaba ya piezas de canciones que escuchaba seguido en su casa. Las tocaba en el piano o un violín que le habían regalado, y cuando lo hacía se subía a una silla y se ponía junto a una ventana abierta, para que todos en la calle pudieran oírlo, como decimos por acá :“¡era medio sencillo el buqui!”.

Contaba con apenas 10 años de edad, en el año de 1904 cuando su padre murió.

El apodo de “Tata Nacho” se lo endosaron sus compañeros de escuela, porque a consecuencia de una violenta caída perdió toda la dentadura, y el tiempo que tuvo que esperar para que le repusieran sus dientes, su hablar era como el de un anciano, y ya sabrán la carrilla que le dieron, de ahí viene el mote burlesco de “Tata Nacho”, que se le quedó para siempre.

Estudio en la Escuela Normal para Maestros, trabajó en un taller donde reparaban máquinas de escribir; atendía a los clientes y manejaba una afiladora para hojas de rasurar; ese trabajo para él era extremadamente aburrido y, por el mismo, le pagaban 15 pesos mensuales.




Cansado de ese trabajo se regresó a Oaxaca para estar en contacto con la naturaleza y alimentar su inspiración. Ingresó a la Escuela Nacional de Agricultura, allí hizo nuevos amigos, entre ellos Marte R. Gómez, Juan de Dios Bohórquez (sonorense que fue de los constituyentes de 1917) y Luis L. León, quienes más tarde serían destacados políticos.

Tata Nacho componía ya canciones populares que apena comenzaba a dar a conocer. Un día una joven modelo de Nacho Rosas, de quien se inspiraba el poeta Francisco Orozco Muñoz, abandonó el estudio para volver a su pueblo, dejando desolado al poeta, Tata Nacho se acercó al piano y tocó una de sus más recientes composiciones titulada “Adiós mi chaparrita”, cuya letra cambió en ese momento para hablar de la pena que sufría el poeta en esos instantes. A todos los artistas presentes les gustó mucho la canción y Tata Nacho tocó entonces otra de sus canciones titulada “La Borrachita” que alegró al poeta Francisco Orozco Muñoz, y lo hizo olvidar su pena.


Canta: Guty Cárdenas




Tata Nacho se trasladó a Nueva York entre los años de 1919 a 1927. Durante ese tiempo, tomó clases de música con el compositor francés Edgar Varsse, pero como no tenía dinero, le pagaba haciendo copias de partituras. Fue entonces cuando compuso “Qué triste estoy” y “Otra vez”. Le tocó compartir habitación con George Gershwin (uno de los iconos de la música popular norteamericana). En la urbe de hierro conoce y desposa a María Zepeda Ávila, también mexicana.

Regresó a México en 1927 y entró a trabajar en la SEP como investigador de música folclórica; ese cargo le dio la oportunidad de conocer toda la República Mexicana.

En 1929, Ramón P. Denegri, quien era entonces ministro de Industria, Comercio y Trabajo, antiguo conocido de Tata Nacho, lo envió a la exposición Iberoamericana de Sevilla España. Ahí el poeta Francisco Orozco Muñoz, fue quien encabezó al grupo mexicano. En Sevilla, conoció al vate Federico García Lorca, con quien llevó desde entonces una gran amistad; conoció también al Rey Alfonso XIII, quien en una ocasión lo reconoció desde su coche cuando Tata Nacho iba caminando por la calle, se detuvo y lo llevó al Pabellón Mexicano, aunque en realidad se dirigía a la venta de eritaña, pero no quiso decírselo al rey.




Terminada la exposición, Tata Nacho recibió los viáticos que cubrían los gastos de traslado a México, pero prefirió ir a París, donde fue empleado por el cónsul Arturo Pani, entonces tuvo oportunidad de relacionarse con los músicos franceses y tomar clases con Paul Le Fleur.

Durante su estancia en Francia, conoció el funcionamiento de la sociedad autoral y estudió las leyes correspondientes, ya que en México no había una organización así.

Al regreso a nuestro país, se reunió con algunos compositores con el fin de poder instituir una organización similar, que velara por los derechos autorales.

Tomó la iniciativa el maestro Alfonso Esparza Oteo, quien junto con él, Mario Talavera y un grupo de alrededor de 75 colegas fundaron el Sindicato de Autores, Compositores y Editores (SMACEM). Al ser sindicato, se dieron cuenta que no podían hacer determinados cobros, por lo que en 1946 fundaron la Sociedad de Autores y Compositores de México.




En 1947, Tata Nacho fue contratado por la radiodifusora XEW para encabezar un magno programa de música mexicana llamado “Así es mi tierra”, que fue tomado del título de una de sus canciones.

En 1952, fue nombrado por el jefe del Departamento del Distrito Federal, director de la Orquesta Típica de la Ciudad de México, junto con el maestro Pablo Marín. A la muerte de Marín, en 1960, quedó como director único.

Cabe mencionar que esta orquesta contribuyó grandemente a difundir música de todo el mundo, haciendo accesible lo más popular de la música clásica y lo más clásico de la música popular, dándole otro nivel al dignificar la música ranchera, sones y huapangos, etc., con orquestaciones y arreglos que cautivaron al público.




Dirigió cientos de conciertos populares en las plaza públicas de mayor afluencia, como la Alameda Central, Chapultepec o el Zócalo de Ciudad de México, con asistencia de familias completas que puntualmente acudían a disfrutar gratuitamente de estas deliciosas audiciones dominicales.

Compuso cerca de 200 canciones en su trayectoria, muchas de ellas fueron conocidas y populares alrededor del mundo, como “Serenata ranchera”, “Que sí, que no”, “Reproche”, etc.

Alcanzo grandes éxitos con su conjunto musical Rondalla Mexicana, que tocaba música mexicana con mucha clase y categoría.

En 1963, fue nombrado presidente de la SACM, habiendo recibido un Disco de Oro, por ser el artista más destacado de ese año.




Tata Nacho dejó de existir en la Ciudad de México en 1968, y sus restos reposan en la sección de compositores del Panteón Jardín.

De su amplia producción musical podemos destacar: “Íntima”, “Serenata”, “El novillo despuntado”, “Menudita”, “Canción a mi madre” y muchas otras más.

Para los que tuvimos oportunidad de conocer su música cuando estaba vigente, es una oportunidad de recordar momentos felices de nuestras vidas, y para las nuevas generaciones, conocer la música que cautivó a sus abuelos y a sus padres cuando tenían su edad.

* L.A.E. Jesús Manuel Corona Martínez. Colaborador





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