Basura celeste: Combatir ejércitos invisibles

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Por Ricardo Solís
José Isabel Masó nace en Cuba en 1917, pero al comenzar el siglo XXI, a sus más de 80 años de edad, emprende la tarea de poner por escrito su versión de lo que aconteció en su temprana juventud y determinó que abandonara su país para no regresar jamás; así, este narrador y protagonista indaga con paciencia y profusión en su memoria, desde su casa presente –en una provincia estadunidense muy cerca de la frontera con Canadá– y en ejercicio de lo que llama “el fanatismo de vivir, de ser todo lo libre que me sea permitido”.

Tal es la voz que nos conduce por las páginas de la novela Archipiélagos (Tusquets Editores, 2015), del escritor cubano Abilio Estévez (La Habana, 1954), aunque en detalle no se revela al principio de una historia que se centra en los hechos de violencia que ocurren en Cuba durante apenas tres o cuatro días de agosto de 1933, y que culminan con el abandono del poder del presidente Gerardo Machado –que gobernaba desde 1925 y era reconocido por su carácter despótico y su confesa admiración por Mussolini– en lo que se conoce como la Revolución del Treinta.




En este sentido, la empresa literaria de quien nos cuenta la historia es buscar para sí y para sus posibles lectores una respuesta al evento que detona su decisión de huir de la isla (la contemplación de un asesinato), aunque lo hace desde el pleno convencimiento de que el enigma no se resolverá y quedará “como otro misterio en la larga lista de pequeños y olvidados misterios del mundo”, no sólo porque han pasado más de 70 años desde tal suceso sino, además, porque con el tiempo se ha convertido en un anciano carente de certezas.

Por estas razones, en la “batalla desigual” que representa la literatura, José Isabel refiere los tres días que pasa encerrado en la fonda La Estrella de Occidente, en La Habana, y evoca con lujo de detalle a quienes compartieron tal confinamiento, pero asimismo su vida y formación en un ambiente donde a pesar de predominar la pobreza tiene la oportunidad de aprender a leer y trabar amistad con personas que han emigrado al extranjero y alimentan su curiosidad por “conocer el mundo” (lo que conseguirá él mismo tras abandonar Cuba).




De esta manera, el narrador convive y nos cuenta las historias de su abuela, la viejísima vecina negra, su nieto boxeador, el capellán del destacamento militar, la familia Blanchet y su criada, una maestra de origen costarricense que protege a un anarquista, la cantante venida a menos que con su voz deja mudos a sus espectadores y el guitarrista ciego que le acompaña, un travesti filipino, un extranjero fantasmal que arma navíos o un soldado que por su apostura parecería extranjero y que, sin embargo, resulta linchado por la turba.

No hay que engañarse, Archipiélagos es una larga novela (casi 500 páginas) cuya virtud principal reside en sus pródigas descripciones y referencias que, en un alarde de belleza y eficacia, logran penetrar de manera dosificada en el carácter de cada personaje, de cada sitio y paisaje; esto, claro, gracias a una prosa que no se detiene ni escatima palabras para seguir el orden de sus evocaciones antes que condenarse al registro cronológico.




Finalmente, si hablo de belleza y eficacia es porque –lo mismo que el narrador de esta novela– sospecho que la lectura es un proceso que se puede ver favorecido por descripciones que atienden al código impreciso de los sentidos que, como en este libro, conforma un mapa (nada uniforme, por cierto, de ahí el título del libro) que será interpretado en la vejez, de cara a un lector improbable que tendrá en sus manos la potestad de abandonar o no lo que nos comparte quien narra pues, como apunta Estévez, si la escritura es “una pelea desigual” es porque el autor combate siempre “solo frente a ejércitos invisibles”.




 

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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