Basura celeste: Una aparición que cumple diez años…

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Por Ricardo Solís
Admito que no entiendo muy bien la enorme animadversión que despierta el aclamado escritor japonés Haruki Murakami, desde las constantes burlas a su persona cuando se anuncia el Premio Nobel de Literatura hasta el abierto desprecio por sus obras por parte de muchos escritores en este país que se conciben a sí mismos como “serios”; a mí no me parece que sea tan despreciable, pero tampoco digno de superlativa admiración, su trabajo –el publicado en español hasta la fecha– es como el de muchos otros que han conseguido lectores a pesar de no contar con una aprobación crítica “total” (lo que no es nada desdeñable).

Así las cosas, aunque ciertos libros del nipón me agradan, otros no lo han hecho por igual pero, sospecho, es gracias a ellos que podemos caracterizar de mejor manera ciertas características de su labor. Hace una década, por ejemplo, que salió a la venta After dark (Tusquets Editores, 2008), una novela donde aborda el abismo de la soledad en la época contemporánea, enmarcado en el ambiente de la ciudad durante la madrugada; un viaje emocional que, en el tiempo de la ficción apenas dura lo que tarda –a partir de la medianoche– en llegar el día.




En estricto sentido, Murakami no traiciona el tono de la mayoría de sus novelas (razón por la cual, tal vez, el escritor Félix Romeo aseguró hace años que el japonés le “cansa”) y, por lo que respecta a After dark, ni siquiera lo anecdótico parece representar un nivel de complejidad que sea demasiado atrayente. Por supuesto, el autor de Kafka en la orilla no deja de insistir en algunos tópicos que ya constituyen ‘marcas’ dentro de su producción, esto es, por lo menos uno de los personajes es afecto a los gatos y (adivinen) es hijo único; además, en este mismo orden de ideas, como elementos de incesante detalle para el ambiente, la música juega un papel determinante (en este caso, como en casi la totalidad de su obra, el jazz tiene una presencia insistente, así como algunas piezas clásicas y el insalvable pop).

Ahora bien, aunque nos encontramos frente a una historia donde el azar es fundamental y los hechos tienen puntos de conexión (encuentros y desencuentros) sutiles, los eventos parecen no ser puestos en realce gracias al lenguaje sino a pesar de él, es decir, es preciso activar la imaginación para que lo cruento ‘surja’ desde una prosa sin vivas alteraciones de sentido o emotividad ‘visible’ (y escribo esto con plena conciencia de que leo una traducción, ni modo).




Temáticamente, por otra parte, poco de innovador puede tener un conflicto entre dos hermanas o la relación de una de ellas con un hecho que se vincula a las actividades delictivas de la mafia china en Japón (los personajes, eso sí, suficientemente autónomos y distanciados, se relacionan para ‘mostrarse’, aunque –por lógica– la interacción no vaya más allá de un solo encuentro –o dos, o tres– entre ellos).

Hasta aquí, claro, nada del otro mundo. Pero, digamos, no por nada la celebridad de Murakami lo coloca (desde hace algunos años) como uno de los escritores japoneses más leídos en Occidente –y también deudores, pues su formación lo revela en diversos signos a través de sus páginas–, por lo que no debe perderse de vista que, por lo menos en After dark, lo que impresiona es la bifurcación narrativa y, en especial, el punto de vista plural cuando se describe el universo cerrado de la habitación de la hermana durmiente de quien protagoniza la historia.




Mediante un “nosotros” al que se otorgan características de cámara móvil, incluso los términos del sueño son exhibidos y los planos de realidad (textual) son violados, traspuestos, combinados, puestos en juego para tentar, convencer y, finalmente, develar las posibilidades de intervención de un testigo que apenas puede existir dentro de la dinámica de una pesadilla (que, gracias al tono de la narración, se vuelve efectiva).

Aclaro: After dark no es, ni con mucho, lo mejor que puede leérsele a Murakami, pero mantiene su nivel de perturbación y (aunque no en todo el libro) el buen funcionamiento de sus estrategias narrativas (al menos en lo que, desde la traducción, puede apreciarse). El japonés podrá ser un buen blanco para el escarnio, aunque no sea del todo justo. Leerlo –como leer a tantos otros “prestigiados” autores– no hace daño, después de todo.




 

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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